Una de las claves para que un equipo funcione es que los jugadores que componen el equipo estén comprometidos con el equipo y convencidos de la calidad de todos y cada uno de los jugadores que les acompañan en el campo y de las estrategias que cada fin de semana pone sobre el campo el entrenador que les dirige. Cuanto mayor sea la fe de un jugador en que está en un equipo en el que lo normal y habitual será ganar todos los partidos, más fácil es que esto se produzca. Cada pase, cada disparo y cada desmarque se realizarán con el convencimiento de que saldrá bien y al final acabarán por salir bien.

James Rodríguez se ha convertido en un creyente en el Real Madrid.

La vida de este jugador ha cambiado enormemente desde que llegó a la casa blanca. De un día para otro ha pasado de ser un jugador de enorme calidad a ser un jugador de enorme fama. Antes del mundial no estaba reconocido, en el mundial brilló muchísimo y cuando llegó la hora de fichar por un equipo eligió al Real Madrid donde brilla con su propia luz y la que refleja la camiseta Blanca Inmaculada de uno de los mejores equipos del mundo y con toda seguridad uno de los más mediáticos. Cambiar el color de su camiseta le ha convertido en una estrella mundial.

Ahora además tiene en sus botas la responsabilidad de uno de los puestos más difíciles de llevar de toda la plantilla del Real Madrid, ser el jugador que está atrás, justo un paso a la espalda de los delanteros, y del que se espera que logre tantos en un equipo en el que los balones son absorbidos por un jugador que los atrae como si de un agujero negro se tratase.

Es muy difícil tener las marcas de tantos que tenía cuando tu compañero es Cristiano Ronaldo.

Por el contrario es una posición hasta cierto punto cómoda para un tipo de goleador como él, más acostumbrado a cazar balones, colocárselos en la pierna buena y marcar. En un Real Madrid en el que tu compañero es Cristiano Ronaldo no habrá muchos marcadores para ti y estarás poco vigilado. En situaciones así resulta natural que acaben cada partido con cinco o más goles y es normal que ellos mismos se consideren una máquina bien engrasada.