En junio se cumplirán dos años de la muerte de dos personaspor un enfrentamiento entre barras de Boca, en la previa de un partido amistosocon San Lorenzo. Ese hecho fue el disparador para que se prohíba el acceso ahinchas visitantes en el campeonato de Primera División del Fútbol Argentino.La medida ya había sido ejecutada en la B Nacional y se extendió a los crucesinternacionales de equipos nacionales.
La medida no logró contener la violencia, por el contrario,el listado de muertes en canchas de fútbol en el país creciósignificativamente. Solamente entre octubre y noviembre de 2014, murieron seispersonas por enfrentamientos entre barras, de los cuales dos se produjeron enpeleas de facciones de un mismo club.
La connivencia del poder político con los barras bravas convirtióa estos últimos en fuerzas de choque que ofrecen sus servicios más allá delfútbol, conformando organizaciones que administran mucho dinero y más poder.
La suspensión del Superclásico por la Copa Libertadores,donde sólo asistió público local, deja de manifiesta la compleja y enfermiza queatraviesa el fútbol. Además de los violentos, el partido de anoche fue unresumen de cómo la cultura del aguante hirió al Futbol Argentino de muerte yque excede a los barras e incluye a hinchas, futbolistas, dirigentes y periodistas.
Tomar como normal situaciones que no lo son, es quizás laraíz del problema: protagonistas que deben salir a la cancha por manga porquepueden ser agredidos (anoche se vio que igualmente las agresiones se producen),equipos que no pueden abandonar la cancha porque las fuerzas de seguridad notienen un protocolo para asegurarles que no les pase nada, en medio del caos undrone sobrevuela el estadio con una cargada por el descenso de River.
Todo esoparece normal en el Fútbol Argentino.
En el banco de suplentes, mientras Ponzio sufría los efectosdel gas pimienta, dijo: “Lo lógico sería que esto no suceda, pero somos unasociedad complicada, dónde parece que esto es una guerra. Y lo alimentamostodos”.