No es ningún secreto que el mercado de créditos hipotecarios está prácticamente congelado y que el presidente electo Mauricio Macri va a tener que hacer algo para posibilitarle viviendas a los argentinos. Pero tampoco es cuestión de bajar las tasas de interés a tal punto de hacer al crédito artificialmente barato, porque llevaría a inversiones que no se hubiesen hecho si no hubiese una señal de precio distorsionada por el mercado de créditos. Esto puede pasar si aumenta desmedidamente la oferta de dinero proveniente del Banco Central (BCRA). Este parece ser el camino que intentarán Macri y su equipo económico, así que tendrán que saber medirse.
Cualquiera hubiese sido el resultado electoral, la nueva gestión tiene que ocuparse de la falta de créditos. Empezaron a frenarse en 2007, con el alza de la inflación, la situación empeoró con la crisis internacional del 2008 y terminó de concretar su obituario con la introducción del cepo cambiario hace cuatro años. Actualmente es casi imposible acceder a una hipoteca: según un informe de Reporte Inmobiliario, el requisito salarial medido en tiempo (tomando un salario medio) para la compra de una unidad de 2 ambientes usada de 40 metros cuadrados en la ciudad de Buenos Aires hoy es de 7 años. Es decir, se necesitan los salarios completos de 7 años para pagar ese departamento.
El gobierno de Macri ya declaró que usará los recursos de la ANSES de manera “más transparente” y buscará financiar un millón de créditos hipotecarios en treinta años y a “tasa cero”, con indexación en función de la suba de cada salario.
Es una declaración atractiva para decir en campaña, pero más allá de si se cumple o no, también se sabe que el nuevo gobierno planea implementar medidas, como la eliminación del cepo, para atraer organismos de crédito extranjeros.
La inversión y el acceso a hipotecas son cosas positivas, el problema es que si hay una expansión desmedida del crédito, causaría un efecto inflacionario mayor a la riqueza producida, lo cual terminaría aumentando en relación las tasas de interés de todas formas.
Al otorgar préstamos y fomentar inversiones, el Estado no se puede desentender completamente del flujo económico y dejar todo a merced de los inversores y de los salarios de la población. Eso nunca funciona en un país periférico.