Las protestas estudiantiles no son un tópico nuevo para los chilenos. Ya en el 2011, el mundo entero se maravillaba con la belleza y las dotes de oratoria de Camila Vallejos, una de las principales líderes de la movilización y hoy diputada por el Partido Comunista de Chile. En aquellos tiempos, sorprendía la claridad e inteligencia con que los estudiantes esgrimían las razones por las cuáles exigían una profunda reforma educativa al entonces presidente Sebastián Piñera. El jueves, en cambio, lo que sorprendió fue la violencia de los manifestantes, aparentemente más interesados en delinquir que en expresar una sólida propuesta política.
Las marchas convocadas para el día jueves 28 de mayo en Santiago de Chile tenían una doble finalidad: por un lado, reclamar gratuidad y calidad en la Educación y, por otro, protestar contra la brutalidad policial, luego de que el 21 de mayo, un estudiante de 28 años quedara en coma tras chocar contra el piso cuando un carro lanza-agua de la policía local le disparara a quemarropa durante una manifestación en Valparaíso. Con esos dos válidos motivos de reclamo presentes en sus consignas y sus cantos, los estudiantes marcharon pacíficamente durante la mayor parte de la jornada. Los disturbios recién comenzaron luego de la marcha nocturna convocada por la Confederacion de Estudiantes Universitarios de Chile (Confech).
Durante las últimas horas de la tarde, numerosos jóvenes encapuchados empezaron a agruparse en la Alameda del Libertador Bernardo O'Higgins y a prender fogatas urbanas. De esa manera comenzaron los incidentes. Fueron las bombas incendiarias, los robos, los saqueos a varios locales comerciales y la destrucción de bienes públicos los que marcaron la culminación de la protesta de estudiantes, con embestida de bombas molotov a una iglesia, incluida.
Todo esto llevó a un enfrentamiento entre los delincuentes y los carabineros (la policía militarizada de Chile), que con sus carros lanza-agua y lanza-gas intentaron dispersar a los protagonistas de los disturbios. Ellos respondieron con bombas incendiarias y piedras. Una lamentable escena demasiado vista en distintos puntos de Latinoamérica en los últimos tiempos.
Fin de fiesta: más de 170 detenidos y numerosos lesionados, por no nombrar las propiedades y bienes públicos destruidos. Y la sorpresa y la frustración, claro. No está claro si los encapuchados eran delincuentes ajenos a las organizaciones estudiantiles o si formaban parte de las mismas. Lo que sí está claro es que, sean quienes hayan sido, mancharon con violencia un legítimo y apremiante reclamo.