Hace ya 25 años de su muerte y parece que fue ayer cuando paseaba, señorial, por el festival de San Sebastián, a sus 81 años, cigarro en mano, boquilla incluida, para recoger uno de los premios Donostia más merecidos que el certamen haya otorgado. Un par de semanas después fallecía una de las mayores estrellas del Cine de todos los tiempos: Bette Davis. Simbolizaba como pocas el concepto de diva, su imagen era la de aquellas personas inalcanzables que tenían hace décadas las dueñas del celuloide.

Mujer de personalidad imponente, mirada fascinante y talento sobrehumano, la mera mención de su nombre nos retrotrae a un Hollywood clásico que hoy no tiene cabida en la pantalla grande, y muy poca en la pequeña.

Ese blanco y negro que ayudó a inmortalizar un estilo único de interpretación que aun hoy sigue siendo inimitable.

25 años ya sin La loba, sin Jezabel, sin la tigresa de La carta, sin la estrella que lucha por seguir siéndolo frente a una Eva que no dudaba en saltar peldaños hacia el estrellato, en el retrato al desnudo que Joseph L. Mankiewicz hizo de su competidora en la película, Anne Baxter. 25 años sin la decrépita hermana, antigua niña prodigio que hoy disfruta de sus torturas en ¿Qué fue de baby Jane?

25 años sin la actriz cuyos ojos inspiraron una canción.

120 títulos en los que demostró que pocas había y pocas habrá mejores que ella, 120 películas de entre las cuales recibió nueve nominaciones y otras dos lograron convertirse en premios Oscar: la citada Jezabel y Peligrosa, ambas de la década de los 30, época en la que el cine norteamericano gozaba de los mejores profesionales que ha visto la industria, y las obras maestras se contaban por decenas, casi una por cada estreno.

Cautivo del deseo marcó un hito en su carrera, al constituir su primer éxito importante, y un hito en la Historia del cine, ya que la indignación de la industria al no ver su nombre nominado llevó al entonces Presidente de la Academia, Howard Estabrook, a afirmar que cualquier votante podía incluir su opción personal para los ganadores.

La vencedora fue Claudette Colbert por Sucedió una noche, pero el escándalo sentó tal precedente que a partir de ese año, 1935, no solo las nominaciones las decidirían los miembros de la Academia en cada especialidad, en lugar de un comité, sino que fue a partir de entonces cuando los resultados los controlaría Price Waterhouse, la misma empresa auditora que seguimos viendo todos los años en la alfombra roja, personificada en dos representantes con maletines en sus manos, en los que se hayan los sobres de los ansiados ganadores.

Y ese fue casi el principio de su carrera, a la que no le faltaron éxitos, fracasos y los momentos en los que se vio obligada a poner un anuncio en Variety buscan trabajo. Robert Aldrich respondería a ese llamamiento después de haber trabajado con ella en ¿Qué fue de baby Jane? para darle otro de los grandes personajes de su carrera en Canción de cuna para un cadáver. Y aún le ofrecieron algunos más, pero casi ninguno para la pantalla grande. Aunque con ella a bordo ningún proyecto es sinónimo de pequeño.