A lo largo de las últimas décadas, en Buenos Aires no han parado de proliferar los grandes barrios y urbanizaciones amuralladas, detrás de las que se esconde una clase acomodada bajo el pretexto de la protección. En realidad, son el claro reflejo de una sociedad segmentada en la que la desigualdad crece por momentos, según se refleja en un estudio publicado en el diario El País Internacional.
Según el profesor Raúl Wagner, de la Universidad General del Sarmiento, "estos barrios son justo lo contrario de lo que una urbe debería ser", la gente se esconde detrás de los muros buscando la seguridad, pero en realidad, eso solo fomenta el egoísmo, ramificando a la sociedad y fomentando el concepto de clase social.
"Nordelta" es un claro ejemplo de este tipo de urbanizaciones. Se construyó en el año 2000 y en la actualidad sigue creciendo sin pausa. Tiene de todo, desde supermercados, hasta escuelas y todo está sometido a una vigilancia constante, por lo que sus habitantes no necesitan salir para nada a las calles de Buenos Aires. Según su constructor, Eduardo Constantini, los ciudadanos se sienten en ella realmente seguros, algo que en otras zonas de Buenos Aires no sería posible. Es un lugar sólo accesible, claro está, para las élites.
El señor Constantini comprende que este tipo de lugares puedan crear cierta controversia pero asegura, también, que "es el gobierno el que tiene adoptar las medidas para que estos lugares no sean necesarios, en lugar de dedicarse solo a criticarlos".
Este tipo de residencias que solo las clases más acomodadas pueden permitirse, tienen a su predecesora en "Tortugas", un barrio al que acudían las élites más acomodadas en los años 30, para entretenerse durante los días libres de la semana. Después, estas zonas adquirieron el carácter de domicilios habituales y comenzaron a proliferar hasta la actualidad.
A día de hoy existen más de 1000 en todo el territorio provincial.
En "Nordelta" todo está perfectamente controlado, las calles, impolutas, allí no existen los indigentes. Sus habitantes viven tranquilos pero ajenos a la realidad del país. Este tipo de lugares fomentan el miedo y la desigualdad, pero es perfectamente lícito querer vivir en un sitio así. Hace falta intención política para que estos lugares no sean necesarios.