Hasta hace poco, la espiritualidad se vivía desde un conjunto de dogmas y creencias. Hoy es posible desarrollar el alma al margen de las grandes religiones: estamos más cerca del amor que de las instituciones. Hoy la fe se vive sin iglesias, sin monumentos, sin Santos ni cruces... la fe ha trascendido en la espiritualidad y cada quien la vive a su modo, los más tradicionalistas siguen al pie de la letra la educación de los abuelos, de los bisabuelos y los demás están envueltos en la vorágine de 'la nueva forma de vida' donde no existen reglas, donde cada quien vive como cree que es mejor.
Si a nuestros abuelos les enseñaron a creer en certezas, en la época actual nos aventuramos más y más en una búsqueda personal de verdades. La vida espiritual, que había sido monopolio de las religiones y que nos creíamos obligados a practicar según nos enseñaron se ha redefinido. Pero, ¿de qué manera?
Hoy asumimos que el crecimiento interior no se aprender en las aulas, se experimenta. Quizá por ello hemos dejado de asociarlo solo con las iglesias. El antecedente de este nuevo concepto se encuentra en el movimiento hippie de los años 60 que marcó una nueva tendencia en la que ni religiones ni creencias fueron necesarias para crecer sobre los ejes de la paz y el amor.
Para alcanzar la armonía, miles experimentaron con formas audaces: la meditación, el yoga e incluso el consumo de drogas para crear estados alterados de conciencia.
Retomando algunos conceptos de los años 60, en la década de los 80 comenzó a cobrar fuerza una "fe laica". En ella, de nueva cuenta dioses y religiones ya no resultaban indispensables para buscar la armonía. El autoconocimiento y el bienestar se exploraron a través de los chamanes, psicoastrología, yoga, budismo, regresiones y lectura de autores como Paulo Cohelo y Deepak Chopra, además de maestros como el Dalai Lama.
Para Beatriz Jiménez, doctora en neurociencias por la UNAM y psicoterapeuta, esta espiritualidad laica implica "una búsqueda personal. No tiene que ver con instituciones. Ocurre entre 'yo' y 'el cosmos'".
La tendencia actual a dejar las religiones obedece a que ha dejado de ser válida la idea de que hay un Dios 'afuera' y que la única manera de acceder a él es por medio de intermediarios.
En este siglo XXI, cada persona vive su fe de un modo distinto. Muchos, a diferencia de hace 50 años, solo creen en su fe laica, como decía anteriormente, cada vez son menos quienes se recargan en algún intermediario para alzar su fe. Hoy, la fe puede estar basada en tradiciones antiguas, rituales, sanaciones, cuarzos, astrología, plantas… Todo y más en la búsqueda de enfrentar sentimientos como vacío, dolor, sufrimiento, miedo y agresión, que obstaculizan nuestro crecimiento personal.
Lo único cierto es que todos los métodos son válidos. La doctora Jiménez dice: "cada quien usa el que más le hace resonar. Lo interesante es que todos llegan a lo mismo: dejar de lado el egoísmo y buscar el amor".
La pregunta es: ¿funciona? Sí, a juzgar por los resultados que reporta más de un creyente en ella, sí funciona.
La psicoterapeuta Almeida habla de la eficiencia de esta opción: "Si tengo una actitud positiva y la combino con la energía que emano, puedo hacer que sucedan cosas buenas", opina. Lo indudable es que creer o no en algo puede darnos riqueza interior pero no nos hace superiores. Por eso, haríamos bien en respetarnos unos a otros. Cuando aprendamos a vivir en tolerancia porque cada quien deja su ego a un lado, alcanzaremos un estado de paz y armonía, ¿y después? Quizá otra búsqueda para seguir creciendo.