Desde siempre el pueblo hebreo ha sido sin dudas muy particular. Su primer asentamiento en Medio Oriente fue en las tierras de Canaán, lugar que estaba poblado por los cananitas. Hasta nuestros días, han tenido una cultura que de alguna manera se fusionó a la cultura universal de la humanidad y a través de la religión, con el cristianismo y el islamismo, atravesó 2000 años de formación de un credo monoteísta y a su vez regido por la influencia en occidente de lo greco-romano.
El pueblo de Abraham, Isaac y Jacob, ha sabido convivir pacíficamente en Medio Oriente, hasta las primeras oleadas inmigratorias a Egipto, donde se asentaron, primero por propia voluntad y luego por la opresión generado por el sistema teocrático egipcio.
Moisés y sus 10 mandamientos crearon una ley, para darle una moral a un pueblo reprimido y donde aquel primer imperialismo había generado una suerte de castas entre judíos afines a la casa real, como recaudadores de impuestos y financistas y el resto del pueblo, sumido en el trabajo forzado y el vasallaje.
Por eso la importancia de Moisés, quien al salir de Egipto y liberarse del yugo opresor, regresó a una tierra que ya no era del Pueblo de Israel, sino de otros pueblos que habían fijado su territorio, como en el caso de la ciudad de Jericó. Es probable que hayan sido parte de la misma ramificación étnica, pese a los siglos asentados en Egipto. Por primera vez hay una violación a la invasión de un territorio, justificada desde lo religioso y no desde lo político.
Pasaron los años y tras las diversas dominaciones de otros imperios, como los caldeos, los persas y los griegos, el pueblo de Israel supo adaptarse a las demandas de aquellos sin perecer. Hasta el surgimiento de los movimientos nacionalistas y religiosos que volvieron a retomar vigor en la lucha por la constitución de un solo reino, como Jesús y Barrabás.
Pero Roma, en el año 70 DC, destruyó el templo de Salomón, lo que generó la diáspora debido a la persecución de las legiones a quien se le oponía con dignidad. Durante el dominio del Catolicismo, el judío fue estigmatizado, y segregado en toda Europa por muchas razones; una era que los nobles al ser católicos, despreciaban las finanzas, pero para las guerras necesitaban de las mismas, y los judíos, a través del comercio, generaban riquezas, que les permitían hacer de prestamistas, cobrando intereses.
Esto que al principio fue una solución para el ideal de conquista de los nobles europeos, terminó siendo motivo de odio, porque muchas veces, algún duque o algún barón, o incluso reyes, han tenido que pagar la deuda al prestamista con territorios, o riquezas o el ascenso social a través del casamiento y la conversión. A su vez, esto fue generando rencores y resentimientos hacia el judío, porque cada vez sus riquezas eran más grandes y los nobles quedaban sin riquezas. Este odio siguió siempre, incluso con el nacimiento del capitalismo, y se terminó de moldear con los surgimientos de los regímenes nazi-fascistas, donde la masacres realizadas hicieron ver al mundo a qué grado de crueldad podía llegar el ser humano como especie.
Los campos de concentración, la idea nazi de una raza superior y el desprecio a quienes hundieron a la nación alemana a través de los juegos macabros del capitalismo durante la Primera Guerra mundial, dieron cuenta del genocidio cometido contra el pueblo judío, pero también contra los comunistas, los gitanos, los homosexuales, etc. La maldad se materializó en forma de esvástica.