"Dale a una chica los zapatos adecuados y podrá conquistar el mundo", dijo en alguna ocasión Marilyn Monroe.

La pregunta es la siguiente: hoy en día muchas mujeres no se conciben a sí mismas como un objeto del deseo, como un símbolo sexual; además incursionan en los territorios de la inteligencia con bastante éxito. Otras lo hacen en los de la sensibilidad y las emociones, como la psicología o el arte, campos que incluso propician que la mujer exponga y desarrolle a través de ellos sus cualidades eróticas, sensuales, infantiles, o bien, aquellas que considere propiamente femeninas.

En este preciso lugar una pregunta que debe ser elucidada es la que interroga por esto último: ¿qué es, en una mujer, lo propiamente femenino? Aquí habría una batalla campal de opiniones... tan sólo de las mujeres, sin contar las de los varones (quienes a su vez deberían de preocuparse por saber qué es ser varón).

¿Qué es, pues, la femineidad?

Parece, a mi juicio, que soy varón y no me estoy ocupando de lo que me corresponde, que la femineidad tiene que ver con una cualidad de coquetería, belleza de líneas, contornos, gestos, modales y conductas delicados, candorosos y de una fragilidad que reclama protección. En general están ligados a la sexualidad -la cual es, como concepto, extraordinariamente amplia- y fuertemente marcados, por lo que de manera cada vez más difusa, aún hoy pasa por ser una moral tradicional, aunque a veces de manera sorprendentemente vigente.

Queda así más o menos descrito lo que en el ideario predominante de la sociedad sobresale como la femineidad, como mezcla de fragilidad sensual y sexual encantadora. Para muchos otros, acaso entre mayor sea el nivel de instrucción académica, de labor personal de crecimiento psicoemocional, de sofisticación intelectual, lo femenino (la forma platónica e imposible del sustantivo), será definido bajo una inimaginable y amplia variedad de conceptos que abarcarán desde cualidades espirituales, pasando por aspectos sensuales claramente demarcados de aquella fragilidad "ya superada", hasta abstracciones según las cuales, la verdadera mujer, la que ejerce plenamente su femineidad, es aquella que se ama a sí misma y es capaz de amar, por lo tanto, a los demás...

o algo así.

La relación inquietante de la mujer actual con la vanidad

Tras esta digresión, que por lo pronto me deja la tranquilidad de tener un panorama de la cuestión, y retornando a la frase de Marilyn Monroe que da pie a este escrito; la pregunta que me hago es la siguiente: a una mujer tan inteligente, como Sor Juana y tan posgraduada como filósofo alemán famoso, la frase en cuestión, ¿le resulta ya completamente ajena?

O bien, ¿unos buenos zapatos, digamos unos Christian Louboutin, objetos de Belleza, estilo, comodidad, vanidad, ciertamente femineidad, y mucho glamour; tienen aún un efecto sobre ella, la seducen de algún modo, y despiertan sus ganas, por un momento, de ser hermosamente banal? ¿Conmueven su ánimo? Esos tristes zapatos que, como artículos suntuarios, no pueden ser más superfluos, ¿tienen aún un influjo transformador sobre ella?, ¿le fortalecen en algún grado su sensibilidad femenina, es decir, su femineidad? Vamos, ¿la identifican?, ¿la apoyan en su ser-ella-misma? ¿O es que está vacunada contra todo ello, como uno se vacuna contra la poliomelitis, y ha dejado definitivamente atrás largos años de ingenuidad y estulticia?

Es verdad que desde cierta región lingüística se ha acuñado el término sexo débil para referirse a la mujer. Sin embargo, tal parece que ha quedado a la zaga, con el paso del tiempo, aquella otra elocuente expresión que utilizó Edmund Burke en su "Investigación filosófica sobre el origen de las ideas de lo sublime y de lo bello" en 1756, según la cual el género humano femenino representa el sexo bello, noción esta que, es probable, pervive en la genética femenina, aun por debajo de las más vanguardistas transformaciones sociales.