El Gobierno tiene la virtud de llevar de la mano un éxito y un fracaso en cada proyecto que encara. Por ejemplo, la promesa de terminar con las corporaciones mediáticas mediante la aprobación de la famosa Ley de Medios, que desembocó en un litigio judicial de un lustro, y despidiéndose de este mandato sin ver desguazado al Grupo Clarín como aseveraban ocurriría el 7 de diciembre de 2012. O bien la búsqueda de la "democratización de la Justicia" de 2013, con tantos adeptos como detractores, que tuvo como corolario el sello paradigmático de la inconstitucionalidad de la ley sancionada meses antes.

Esta vez tiene como fracaso de su éxito a las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias, o también llamadas PASO. Luego de la aprobación de la Ley Electoral número 26.571 se estableció que los partidos podrán ir a elecciones primarias para determinar el representante de cada uno que irá a competir por las elecciones generales. Desde su sanción hasta el día de la fecha no hubo mayores sorpresas. Y, fiel a su estilo, el kirchnerismo destroza uno de sus éxitos -hasta ese momento- intocables.

La cooptación implementada por el Gobierno en tema referido a imponer a Carlos "Chino" Zannini y retirarle la precandidatura a Florencio Randazzo echa por tierra el éxito del Gobierno en la creación de las primarias.

Al prohibirle a sus partidarios el derecho supuestamente democrático de elegir a su representante hace creer que de demócrata no tiene más que la fachada. El pragmatismo y la necesidad de poder lograr la impunidad, sumado a la búsqueda de mayor concentración de poder posible, llevaron a cometer un atentado a sus bases.

Si los kirchneristas, fervorosos defensores a ultranza -de la boca para afuera- de las virtudes de la democracia, les cercenan a sus mismos partidarios el derecho creado por ellos mismos para democratizar aún más a las elecciones en pos de lograr una mayor permanencia en el poder por medio del pragmatismo, no queda más que pensar -y con razón- que la democracia ha muerto.