En la Argentina actual parecen perdidos los límites, las prohibiciones. Todo es factible, todo es posible, todo está bien. La escasez de valores y principios, lleva a creencias erróneas, Nuestros jóvenes no comprenden reglas o en realidad, ya no hay reglas que trasgredir. Podemos citar al respecto "La juventud es más que una palabra: ensayos sobre cultura y juventud", de Margulis, que ofrece una visión clara al respecto.

La libertad es un concepto que se usa con fines extremos. Ya no se mira al otro, como ente respetable, porque se consideran libres de ejecutar impulsos sin medir consecuencias, Así es que, por ejemplo, la vida propia deja de ser valiosa, la ajena, ni hablar,

La ley, es responsable de marcar límites, de generar algunas prohibiciones que nos llevan a desear, a crear, a formar cultura.

Cuando esa ley es en extremo garantista, hace posible violaciones a derechos, bajo fraudes legales, o mal llamados recursos, que atentan contra libertades individuales, contra la propiedad y el bien común.

Pero aún así, ni todo eso importa, frente al principal efecto que esta tendencia tiene, y que de generación en generación agrava el comportamiento social colectivo, Nos vamos quedando sin cultura.

Para que deseemos, y con el deseo generemos esa fuerza creadora, inefable, que nos imprime auténtica identidad, es necesaria la existencia de prohibiciones, La actual tendencia al laissez faire, sin dudas, lleva a la involución de los pueblos, y hace que nuestra juventud se sienta perdida,

Este proceso constante de pérdida, lleva entonces a la esclavitud de las ideas.

Porque se pierde el valor de la trasgresión, que se convierte en exceso. Exceso de permisos, exceso de confianza, exceso de drogas, exceso de alcohol, de vulnerabilidades. Un pusilánime estado de conciencia se eleva como nube salvadora, solamente para crear letargo.

Lo impropio pasa a protagonizar la escena, como un fantasma darwiniano que nos obliga a lo vulgar y a la falta de fe.

La voluntad cede paso a la vagancia, el respeto a la intolerancia, la verdad se ridiculiza a sí misma y el posible motor energético de cambios que es el deseo, busca desesperadamente un espacio posible, entre tanto facilismo y tan poca intelectualidad.

El placer dejo de serlo. Porque solo se consume para no pensar, para no sentir, para hacer de cuenta que todo está bien.

Que todo es posible, que nada cuesta. La imaginación asusta y el marco de la regulación y la norma es tan flexible que lo pueden manipular sin esfuerzo. Es ahí mismo, en ese mismo límite que no aparece, donde reside el carácter destructivo del sistema actual. No piensen. No vivan. Vegeten. Nada está prohibido. Nada es secreto. Nada se pierde. Nada se transforma.

Volatilizadas por presuntas libertades coercitivas, las neuronas dejan de vibrar individualmente, para subirse a un joven colectivo de vanidades que nada transforma. Que va de parada en parada probando todo, pero sin saborear. Pisando la identidad como si fuera pecado. Con todo en la mano, sin necesidades ni compromisos,jugando desesperadamente con la muerte, como una llama salvadora porque se quedaron sin ganas.Sin prohibiciones, sin deseo, sin cultura.