Días agitados se viven en el escenario político argentino. Se cerraron las alianzas de cara a las primarias presidenciales de agosto y las sorpresas parecen haber llegado por parte del oficialismo.

¿Sorpresas? Todo depende de lo perceptivo que haya sido el ojo analista en los últimos meses. El dilema planteado entre "kirchnerismo duro" y "kirchnerismo blando sciolista" se resolvió de la forma más burda: alianza y unificación en una lista que propone al mismísimo Daniel Scioli como presidente, acompañado por el histórico arquitecto del proyecto kirchnerista, el ermitaño Carlos Zannini, como vicepresidente.

Se sella así un pacto que ideológicamente no ha de conformar a nadie pero que llama a cerrar filas por la vía pragmática para (intentar) asegurar la retención del poder.

Planteado el escenario resta dilucidar las posiciones de los actores. El kirchnerismo duro, aquel que responde acérrimamente a Cristina, se ve forzado a encolumnarse ahora detrás del candidato que menos lo representa, aquel que evita la confrontación y elude las posturas tajantes ante temas sensibles. Como verán, en este sentido, Scioli tiene de kirchnerista muy poco. Quizás el único rasgo que comparten el ex motonauta y el núcleo duro K sea la lealtad y sumisión incondicional hacia la líder del espacio.

En la otra orilla, el sciolismo sacrifica su dosis de frescura, consenso y "renovación" (las comillas nos recuerdan que Scioli proviene del menemismo), al aceptar a Zannini, con el único rédito de hacerse de la estructura del kirchnerismo a nivel nacional y ser el propio Scioli el representante supremo de ese espacio.

Prevalece así la vía pragmática. Ni Scioli ni Cristina parecen haber tenido el coraje ni las ganas de desafiarse mutuamente. La evaluación racional de esta supuesta contienda les habrá arrojado seguramente resultados impredecibles. Ambos ganan así menos de lo que podrían haber ganado de haber arriesgado sus cuotas de poder.

Pero se aseguran no perder, reteniendo al menos sus liderazgos intra partidarios. Es la preponderancia del kirchnerismo pragmático por sobre el fundamentalista, aquel kirchnerismo de Nestor por sobre el de Cristina.

El dilema, ahora, le fue trasladado a los votantes. Los kirchneristas se verán forzados a votar a la oveja negra, al tibio, al menos representativo de la intransigencia del proyecto.

Y aquellos no kirchneristas que pudieran simpatizar con Scioli se ven forzados a aceptar en su fórmula a un candidato más kirchnerista que el propio Kirchner. ¿Cómo se resuelve esto? Probablemente la amplia mayoría de este conjunto de electores situado en la encrucijada vote a regañadientes la fórmula Scioli-Zannini aunque esta los represente solo parcialmente.

¿Hasta dónde tolerarán la elasticidad y flexibilidad los votos? ¿Serán capaces esos sobres de estirarse lo suficiente para que quepa esa distancia imprecisa entre sciolismo y kirchnerismo? Próximamente, la respuesta.