“Abuelito dime tú, qué sonidos son los que oigo yo”. Probablemente su abuelo no sea ya parte de este mundo, pero si así lo fuera respondería que eso que oye nuestra joven Heidi son los sonidos propios del status quo cuando se rompe. “Así suena, nietecita”. Estamos hablando por supuesto de María Eugenia Vidal, la gobernadora PRO de la colosal Provincia de Buenos Aires, la subunidad argentina más grande, poblada e históricamente desfinanciada.

Una gobernadora mujer en una provincia largamente gobernada por varones (con v) y regenteada por barones (con b) no puede ser menos que un terremoto incalculable en términos de Richter.

A eso hay que sumarle su perfil pacífico y bondadoso, y su modo naif de abordar la política. La clásica práctica clientelar concentrada sobre todo en el indescifrable conurbano bonaerense se ve así desafiada por una politóloga de la UCA que llega a la casa de gobierno de la calle 6 platense más por lo impresentable de su adversario que por méritos políticos propios. Así veíamos a fines de 2015 lo que muchos considerábamos el ingreso de una mansa oveja a un bosque lleno de lobos.

Sin embargo, hay un costado de Heidi que nadie imaginó, ni siquiera su abuelito. Ese es el costado bravo, enérgico, decidido. Vaya paradoja, es este perfil el que está cerrando el círculo de encantación que Vidal ejerce sobre sus votantes.

Si algo le faltaba a la “chica buena”, es que fuera mala cuando las circunstancias lo ameritasen. Se está forjando así, más sin querer que queriendo, la figura de una heroína que si no media hecatombe política y/o social será difícil derribar en el corto plazo argentino. Una mujer buena y valiente que enfrenta mafias enquistadas en sindicatos y fuerzas de seguridad, quienes aportan gentilmente su granito de arena para forjar el mito desvalijando su despacho y amenazándola por teléfono.

Durán Barba no lo podría haber hecho mejor.

Estamos omitiendo hasta aquí un componente vital en nuestros días: las redes sociales. En ese ámbito el concepto de la chica buena evangelizando en el infierno prende como semilla en tierra fértil. Hubo en este devenir en la web dos hitos claves: el video de la enérgica e indignada respuesta de Vidal a Brancatelli en el programa de TV Intratables, y el reciente video en el que se ve a la gobernadora poniéndole los puntos a un grupo de guardavidas piqueteros que le obstruían el paso en Mar del Plata.

Ambos sucesos fueron claramente espontáneos y tuvieron incalculables repercusiones gracias a la capacidad de resonancia de las redes sociales. Ambos sucesos, además, simbolizan aquello frente a lo que la gobernadora se enfrenta: los años de gestión negligente del kirchnerismo y las históricas fuerzas corporativas con prácticas prepotentes y mafiosas.

Lo interesante de este fenómeno es que parece haber sido, al menos hasta aquí, un proceso casual. El agigantamiento de esa Vidal aguerrida va de la mano de acontecimientos si se quiere fortuitos. Desde la carambola en las elecciones de 2015 en las que los errores del FPV y sus fotos caminando el barro de las inundaciones le sirven el triunfo, hasta su mirada fulminante desde bien abajo a un impresentable Bullrich orgulloso por “meter más pibes presos”.

Todo abona a la imagen de “Mariú”.

Errores de opositores + errores de correligionarios = gestos propios. Es esa la clave. Los gestos de una mujer enfrentando la incompetencia de su entorno y la ajena, los gestos de una mujer buena que aprendió a ser mala en la dosis justa. Si a alguien le quedaban dudas de la importancia de la imagen pública y la espontaneidad en política, que le pregunte al abuelito de Mariú, él podrá contarle la historia de su nieta, Heidi.