La tragicomedia argentina está en marcha, si es que alguna vez se detuvo. Qué fabuloso resulta ver hoy día gente por doquier rasgándose las vestiduras en defensa de Macri y Scioli. A ver si leemos bien: ¡Macri y Scioli! Lo que tendría que ser vergüenza se transforma mágicamente en exacerbación y barrabravismo.

Aquel que pueda traspasar la ceguera de su propio fanatismo podrá ver a las claras que hay más similitud que diferencia. Estamos inmersos en una falsa polaridad que nos fuerza a elegir entre dos opciones que no tan diferentes. Ni Scioli es el Che Guevara ni Macri es Mussolini.

Ambos provienen de los 90 y del menemismo, lo que hoy en día es algo así como provenir del mismísimo infierno.

En los 90 nadie vivió, nadie votó, nadie fue responsable. Un demonio se apoderó de nosotros que, incapaces de movernos, no tuvimos más remedio que esperar a que el exorcista nos libere de nuestro estado de trance. Pobrecitos nosotros. No es nuestra responsabilidad que se apoderen del Estado bestias impresentables, aunque lo hagan a veces inclusive blandiendo las banderas del partido de masas más popular.

Los hijos del demonio hoy regresan disfrazados con túnicas de diferentes colores y logran claramente su objetivo: dividir. Sin embargo, las políticas que van a llevar a cabo, le pese a quien le pese, tienden a parecerse inevitablemente.

No tanto por una cuestión ideológica quizás, pero sí por realidades y contingencias impostergables.

Cualquiera de los dos va a salir a buscar dólares, va a salir a negociar con los fondos buitre, va a levantar progresivamente el cepo, va a quitar subsidios, va a atraer inversiones al sector energético, va a restablecer relaciones internacionales, etc.

Lo digan o no, ambos lo van a hacer por el simple hecho de que no queda otra, el modelo tal cual está no va más, es un hecho fáctico. Se necesitan cambios profundos que el próximo gobierno no va a tener opción de elegir. Sea Piñón Fijo o Rasputín.

Hoy estamos en la encrucijada más absurda. Por un lado, un ex motonauta que, cual Flanders, no deja de hilvanar frasesillas optimistas, y que no tiene la autoridad ni para plantarse ante los personajes de su propio partido, los cuales además lo ningunearon toda la vida.

Por el otro lado, un empresario estereotipo de cheto capaz de irritar con su cadencia al hablar, que no hace más que repetir que se puede hacer todo de otra manera aunque no deja traslucir ideas para hacerlo. Ambos políticos light, sin discurso ni personalidad, un excesivo contrapunto a la irritante dureza retórica de CFK. El vaivén, siempre el vaivén.

Ante esto, kirchneristas van a votar a Scioli a regañadientes y antikirchneristas harán lo propio con Macri. Entonces, ¿Qué defendemos? ¿Por qué nos estamos matando? Las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla orgulloso y cegado. ¿Orgullo de qué? Vergüenza nos tendría que dar, con la cabeza gacha y callados tendríamos que ir a votar.

Explícitamente a regañadientes.

No basta con recordar el pasado si no logramos aprender nada de él. Hoy un país sangra por la misma herida, se trenza otra vez a muerte entre dos falsos antagonistas. Dichosos en Medio Oriente, si se me permite la expresión, que al menos pelean con motivos profundos. Aquí nos gusta la confrontación por deporte. Lamento admitir que en el fondo creo que tenemos las alternativas que nos merecemos, será así hasta que aprendamos a ser autocríticos y tolerantes, y un buen puntapié en ese camino sería hoy tener el don de la vergüenza.