Como resultado de una de las campañas electorales más largas e intensas de nuestra historia, los argentinos estuvimos expuestos prácticamente todo este año 2015 a un sin fin de opiniones, posturas, ataques, etcétera.
En ese marco, una de las palabras que atravesó la campaña fue "república", acompañada de otros términos satélite como "valores democráticos", "diálogo" y "consenso".Esa terminología encerraba generalmente una crítica hacia el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Más allá de las valoraciones que puedan hacerse del Gobierno salienteen términos de "republicanismo" y "valores democráticos", me interesa sobre todo analizar lo que esos términos buscan generar en el pueblo.
Una de las ideas más populares de las incluidas en lo que se conoce como "republicanismo" es la sagrada "alternancia", indiscutible en todo el mundo occidental. Son ilustrativas de dicha idea las palabras de la periodista y política española Pilar Rahola, de reciente y tristemente célebre paso por la Argentina, quien dijo en un reconocido programa de televisión local: "Los políticos son para usar y desechar".
Mis preguntas en relación a ese razonamiento son las siguientes: ¿Alguien le exije a una corporación privada que cambie sus directivos periódicamente? ¿Alguien le exije a los juzgados de primera instancia, las cámaras de segunda instancia y a la propia Corte Suprema de Justicia que roten periódicamente a sus miembros?
¿Por qué debe entonces un gobernante ser "usado y desechado" mientras otros poderes, que tienen la potencialidad de igualar y hasta superar en relación de fuerzas a un gobierno, mantienen siempre las mismas caras? Y lo que es aún más grave: ¿Por qué se le pone el límite de tiempo precisamente al poder cuyos poseedores pueden ser removidos cada cuatro años en elecciones, y no a aquellos que no son elegidos por el pueblo y que, sin embargo, terminan, de una manera u otra, imponiendo sus intereses sobre él?
Más allá de los lugares comunes de grandes dictadores usados como ejemplo de lo terrible que es la perpetuación de un gobernante, lo que se esconde detrás de la sagrada "alternancia" son los intereses del poder económico y de otras corporaciones -por ejemplo la judicial- que pueden ser amenazados si una fuerza política logra la suficiente cantidad de poder en un país como para desafiarlos.
Un gobierno que gana elección tras elección y se afianza cada vez más puede usar dicho poder para atacar los intereses de esas corporaciones que están acostumbradas a hacer, en mayor o menor medida, lo que quiere.
Por el contrario, si un gobernante tiene que abandonar el poder sí o sí en determinada cantidad de años, se encuentra ante el duro desafío de la sucesión y, en caso de que esta fracase, su proyecto político es discontinuado y reemplazado por otro que puede o no ser más permeable a la influencia del poder corporativo. Las corporaciones pueden así resistir los embates algunos años porque saben que, tarde o temprano, habrá alguien nuevo en el Gobierno, con un poder inestable en un principio, y a quién tal vez puedan influir de manera determinante.
En la Argentina, las corporaciones económicas, judiciales y de otros ámbitos amenazadas en más de una década de hegemonía kirchnerista ya han logrado lo que querían: la sagrada "alternancia", y, lo que es aún mejor para ellos, la llegada al gobierno de Mauricio Macri, un político más cercano a ellos que al propio pueblo que lo votó.