Se observa, cada vez más a menudo,que las discusiones políticas de nuestro país han quedado reducidas a lo que Jauretche denominaría "Zonceras y sandeces". Y cuando hablo de discusiones políticas incluyo en estas a los dirigentes y a la sociedad civil. Claro que no busco generalizar porque hay excepciones, sino apreciar la gran cantidad de hechos que se suscitan en la cotidianeidad de la vida política de esta nación, y que confluyen en un punto en común: discusiones vacías de contenido.

Lo cruel de esta anomalía política nuestra, es que no miramos más allá y quedamos encerrados en banalidades.

Precisamente el enfrentamiento infantil entre Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri sobre el traspaso, lo deja en claro. Por un lado la irresponsabilidad política de una presidente que no quiere delegar su mandato con excusas absurdas y por el otro el capricho de un presidente electo que quiere deslegitimar a su predecesor con maniobras judiciales. Pero de ello deviene el eco del que los medios de información se nutren y que alimenta a un pueblo que pareciera necesitar de una dosis diaria de sinsentidos. Aquí quedamos sumidos, aquí nos estancamos y hacia la nada marchamos. Comienza una balacera absurda entre opuestos (que en política no son opuestos sino complementarios) queriendo imponerse verdades absolutas.

La puerta de entrada de las críticas está cerrada con candado. Caemos, realmente caemos bajo: "Dime con quién andas y te diré si quiero escucharte".

La responsabilidad es compartida. En primer lugar se ubica la dirigencia política, con la cooperación de los medios de comunicación; en segundo lugar la sociedad que cae en éstas menudencias y las reproduce.

Elego es tan grande que nos ha aplastado, somos seres impolutos carentes de errores. Una fuerte incongruencia nos caracteriza por transformarnos en obsecuentes que critican la obsecuencia. Asistimos con bombos y platillos a la ceremonia de la degradación política, social y cultural.

O salimos de este enredo o perdemos. Debemos dejar de mirar con desdén la política, abandonar las miserias que derraman sobre nosotros y empaparnos de discusiones profundas donde el problema no sea el color sino la conformación de este.

Así podremos encarar la realidad con mayor altura, claridad y responsabilidad. Habrá que tomarnos un respiro en esta guerra inútil, desensillar hasta que aclare. Vendrá el tiempo de tomarnos en serio los verdaderos debatesque nos debemos por el futuro del país, la que se debe nuestra democracia que prometía curar, educar y alimentar, pero que ha hecho poco y a duras penas. Aún así, la defenderemos con uñas y dientes. Tendremos que saldar las cuentas pendientes y construir en pos de la justicia social, el bienestar del pueblo y la grandeza de la nación, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino.