Es un momento de transición en Argentina. El cambio de presidente terminó de formalizarse entre ayer a la tarde con el discurso de despedida de Cristina Fernández de Kirchner y concluyó hoy con la asunción del presidente electo Mauricio Macri. Los argentinos presenciaron ayer un discurso emotivo y frenético en Plaza de Mayo frente a miles de ciudadanos, y hoy un discurso sobrio y formal en el Congreso con figuras importantes de la política presenciando en persona y el pueblo mirando desde sus casas.

Es una representación clara de la diferencia de estilos entre Cristina y Macri. La ex presidente habló fuerte, sin leer (una marca propia) y era interrumpida constantemente por ovaciones de sus seguidores a medida que atacaba directamente al nuevo gobierno. Macri, en cambio, ofreció un discurso tenue, formal, leyendo su texto redactado por su equipo y frenando para tomar aire en los puntos seguidos que veía en su hoja. Lo que denota esto es un paso de un gobierno que toma pautas peronistas a uno de estilo republicano, lo cual lleva consigo una diferencia en la forma de comunicarse con las masas.

Otra representación de este cambio que se irá viendo en la gestión de Macri es la disminución de las cadenas nacionales como las hacía Cristina.

Son formas diferentes de hacer política; ningún método es intrínsecamente mejor que el otro. No hace falta ir más lejos que las redes sociales para ver estas opiniones encontradas; los que no votaron a Macri llamaron a su discurso lineal, frío y poco concreto. Sus seguidores, por el contrario, elogiaron su sobriedad y falta de egocentrismo y grandilocuencia. Lo mismo con Cristina: para algunos es inspiradora, para otros combativa. Lo importante es entender que la forma que se ve como atractiva es una apreciación personal.

El pueblo argentino eligió un giro hacia el estilo republicano, y como toda decisión democrática no requiere más justificación que ser la elección de los ciudadanos. Ahora es la responsabilidad de cada argentino pensar libremente y decidir qué estilo le gusta y apoyarlo, no guiarse por lo que otros dicen que es mejor.