Una chica alcoholizada y deprimida decide emprender el camino de no retorno al infierno que la espera tras su comportamiento con la bebida y las fiestas desatadas. Ese es el argumento, de todo eso habla Chandelier. La canción, hasta cierto punto autobiográfica, compuesta por la australiana Sia, es posiblemente, el mejor tema del año. Su fuerza y a la vez la delicadeza de la que hace gala en la letra y  la interpretación de la joven cantante no dejan muchas dudas al respecto de que la composición debería ser considerada la más grande del 2014. Sus nominaciones a los Grammy a la mejor grabación del año, mejor canción, mejor interpretación pop solista y mejor videoclip musical así lo confirman y, los gane o no, al menos los merece.

Cuando uno escucha Chandelier inmediatamente recuerda otra canción de cinco estrellas, la espectacular Diamonds, cantada por Rihanna, y no es casualidad que suenen parecidas porque Sia es la compositora de ambas maravillas. La de la cantante de Barbados la escribió en un descanso entre su quinto álbum de estudio y su nuevo trabajo que, tras cuatro años de silencio en los estudios de grabación, ha aparecido en el mercado. Se trata de un LP titulado 10.000 forms of fear, y contiene este tema que ha resultado ser el más laureado de su carrera. Ha recibido excelentes críticas y el vídeoclip es uno de los más visitados en Internet. En él, la bailarina de 11 años Maddie Ziegler, concursante de Dance moms en Estados Unidos, aparece con el aspecto de un alter ego de Sia para personificar, a través de una peculiar coreografía, el miedo y la desesperación de la cantante por el mundo del alcohol en el que en un tiempo anduvo metida.

Lo cierto es que el resultado es desasosegante, imagen y sonido juntos no pueden mostrar mejor los tremendos efectos del alcohol en el cuerpo y en la mente, pero más allá de eso, como pieza musical es una composición asombrosa, llena de matices y de tonos estremecedores que consiguen que cada vez que el tema se escucha siga funcionando como la vez en que lo descubrimos, cosa que no pasa muy a menudo porque la repetición continuada de una melodía termina por cansar, más pronto que tarde, por mucho que se admire. Pero cuando uno se enfrenta a una obra maestra, a la mejor canción del año, es complicado que eso suceda.