El 14/05 ya no será más el día del futbolista, se recordará definitivamente como la jornada en la que murió el fútbol argentino. Se disputaba el último Superclásico entre River y Boca de la famosa trilogía, nuevamente por Copa Libertadores. Un ambiente espectacular, la Bombonera llena, nervios y ansiedad por todos lados, una fiesta del deporte más famoso del país. Un primer tiempo duró, trabado, con pocas chances de gol, que transcurrió con normalidad y finalizó 0-0, lo que le daba la clasificación al conjunto Millonario.

Antes de comenzar el segundo tiempo se inició la barbarie; los jugadores de River comenzaban su camino desde la manga hasta el campo de juego.

En ese instante, recibieron una agresión con algún tipo de gas de parte de la gente de Boca. Luego de esto se descontroló la situación. Leonardo Ponzio, Ramiro Funes Mori, Leonel Vangioni y Matías Kranevitter fueron los más afectados por la emanación gaseosa, se le irritaron los ojos y sufrieron quemaduras de primer grado en el cuerpo.

Transcurrió una hora y 15 minutos hasta que el árbitro, Darío Herrera, tomó la decisión de suspender el partido. Nadie quería hacerse cargo de la resolución, ni siquiera la Conmebol. El veedor del partido iba y venía buscando apoyo en su veredicto final. Mientras tanto, un dron con el "fantasma de la B" sobrevolaba el estadio cargando a los jugadores visitantes.

Los hinchas locales apoyaban con cantos en vez de repudiar los actos de violencia. Los jugadores xeneizes no mostraban preocupación por sus colegas de trabajo. La situación ya estaba totalmente descontrolada.

Como si todo esto fuera poco, una vez oficializada la suspensión del partido, los jugadores del "Vasco" Arruabarrena se sacaron la campera y fueron a entrar en calor, en un suceso de rebeldía innecesario, teniendo en cuenta la salud de sus compañeros de labor.

El plantel de River tardó una hora y cinco minutos más en retirarse del campo de juego, debido a que los hinchas locales no abandonaban el estadio y agredían a los jugadores arrojando objetos. Siguiendo con su postura, Boca decidió no acompañar la salida de River para facilitarla e igual esperó en el terreno de juego. La policía, conformada por 1300 efectivos, tampoco daba garantías.

Y para cerrar el escándalo, antes de retirarse hacia el vestuario, el plantel boquense, encabezado por Agustín Orión, saludó a la barra.

Una noche donde definitivamente perdió el fútbol, tres horas y viente minutos donde cada hecho superaba en vergüenza al anterior. Actos lamentables, insólitos, vergonzosos, inusuales, reprobables totalmente. Lo de la policía no tiene análisis. La falta de solidaridad del plantel de Boca daña y sorprende. La cultura del "aguante" no tiene límites, cada vez se llega más lejos. La negligencia de los directivos de Boca preocupa.

El fútbol quedó de lado, no importa si ahora se juega o no, cuándo y en dónde. El país quedó mal parado ante los ojos del mundo; esta mancha sí que no se borra nunca más.