En medio de esta tempestad, en la que el film de Quentin Tarantino ( NdeR: "Pulp Fiction" -Tiempos Violentos- de 1994) describe con su título, sin intención ni relación alguna pero a la perfección, lo que se está viviendo hace rato en el Fútbol argentino. Es muy difícil no caer en discursos demagogos, y lo que puede ser mucho más peligroso, esbozar pensamientos y "soluciones mágicas" a un problema que excede claramente la jurisdicción de ese deporte.

De todas formas, el análisis de lo ocurrido en el estadio de Boca por los octavos de final de la Copa Libertadores, es un ejercicio que las autoridades deberían hacer.

Hay dos opciones para el desenlace de otro repudiable hecho más en la historia de nuestro fútbol; una es justamente esa, que quede como otra "anécdota" en la lista. La otra, es que las autoridades políticas tomen reales cartas en el asunto y den el puntapié inicial para erradicar a los violentos.

No existe medida alguna si no hay voluntad política para resolver el problema. Está claro que el hincha común algo puede hacer desde su lugar, como por ejemplo no avalar cánticos de los violentos o amparar la "cultura del aguante". Pero el mensaje se debe dar de arriba hacia abajo, y aunque no es tarea sencilla ni inmediata, seguramente será mucho más imposible aún, si la connivencia entre políticos y violentos continúa.

Querer es poder, y el fiel ejemplo de esto es lo ocurrido en Inglaterra a partir del año 1990, y no sólo en lo que respecta al fútbol. Desde el estado nacional se lanzó un plan para terminar con los "Hooligans" (Barras ingleses) y así re-educar a los espectadores en general. La primera decisión fue realizar un análisis profundo de la situación y, a partir de ello, una catarata de medidas y leyes que demostraron un fuerte compromiso de lucha contra los violentos.

En diálogo con el diario La Nación (febrero de 2014), el experto en seguridad en el fútbol y director de seguridad de los estadios de Inglaterra, Chris Whalley, explicó y detalló cuáles fueron esas primeras medidas: "Decidimos desmantelar las rejas y los alambrados para cuidar la integridad de los espectadores. Desde entonces, la gente puede pasar al campo de juego, pero es un delito.

El que lo hace, sabe que hay personal de seguridad que los identifica, los sanciona y los excluye". Esta decisión fue la primera, y no quedó huérfana. La siguieron leyes realmente estrictas contra los violentos (se aprobó prohibir el ingreso hasta de por vida a los estadios de los hinchas más peligrosos y penas de cárcel a quienes violaran normas establecidas, entre ellas la prohibición del porte de armas y el consumo de alcohol y/o de drogas). También medidas judiciales para todos los estamentos de la sociedad: Si, por ejemplo, se detectaba que algún "Hooligan" viajaba en el Metro o en el Bus hacia un estadio en el día de un partido, se sancionaba y multaba a la empresa transportadora.

Además, cabe destacar que hubo una gran inversión en materia de capacitación de la policía y los organismos de seguridad.

Medidas y estudios como los de Whalley, ¿podrían aplicarse en la Argentina? Y en caso de ser así, ¿surtirían el mismo efecto que en Inglaterra? Esto es prueba y efecto, pero lo interesante de esta cuestión pasa por: admitir primero que existe un drama real, y segundo, lo que en las propias palabras de este experto, se resume de manera clara y sencilla: "Fue el Estado el que entendió que debía atacar el problema de raíz". De otra forma, todo parece inútil.