Lo único que le quedaba era cumplir su sueño de ver nuevamente a Boca campeón del mundo; él y su padre, lo habían visto en la edición de la Intercontinental del año 1977, consagrándose el primero de agosto del año siguiente cuando le ganaron al Borussia Mönchengladbach en la Alemania Occidental 3 a 0 con goles de Felman, Mástrangelo y Salinas, luego de haber empatado en La Bombonera dos a dos. Fue así que quiso llegar a repetir ese momento pero ahora como padre junto a su hijo Beto.

En la cama de su casa, en la casa de Caballito, con lo poco que le quedaba, ya lejos de la religión cristiana le pidió a Román; ni a Dios, ni a la Virgen, ni a Bianchi, ni a Palermo, sólo a Riquelme que le concediera su último deseo.

Le dijo que sabía que él era el único que los podía salvar, también confesó que lo que le pedía era prácticamente imposible; que sabía que del otro lado estaban Casillas, Hierro, Roberto Carlos, Figo, Raúl; pero también dijo que él ese día podía hacer un milagro; sabía que era un milagro grande que ni Francescoli ni Ortega juntos habían podido hacerlo en su mejor momento jugando para River.

Minutos antes del partido le dijo a su hijo que si fuera por él cambiaría todos los partidos de Boca por ese, los partidos de la selección Argentina, el gol de Maradona a los ingleses, el de Burruchaga a Alemania en la final del mundo de 1986, todos los goles que había gritado en su vida porque lo que se jugaban era lo más importante de la historia para los que antes que argentinos eran hinchas de Boca.

Así termina ésta historia que no puede avanzar porque de hacerlo ese martes 28 de noviembre del 2000 describiría otra cosa; no se puede narrar porque sería injusto para Riquelme; sería distinto a lo que vieron los ojos de Beto; cómo reproducir la única vez en la que un equipo sudamericano ganó la Copa del Mundo con la pelota en la suela de un botín izquierdo que todavía están buscando.

Esta es la última parte de la historia, un relato cuya narración se inició en "La mañana final", primera parte, y que prosiguió con la continuación del mismo título, que buscó dar cuenta de aquellos momentos memorables de la historia de dos hinchas de Boca, de un padre e hijo, que vivieron, sintieron, transpiraron la misma pasión.

La historia de muchos, la que se lleva en la sangre de generación en generación y que tuvo como epicentro los momentos más gloriosos de la época de Carlos Bianchi y del mejor jugador de todos los tiempos que haya vestido la azul y amarilla, Juan Román Riquelme, el eterno diez, el último de los románticos, el mítico hombre que ganó todo lo que se pudo ganar con los colores de sus amores. Este es un homenaje a todos los hinchas xeneizes, que esperemos hayan podido leer.