Un día después de destituir a la presidenta brasileña, Michel Temer, ex informante de la CIA, anunció la apertura a los capitales extranjeros y privatizar los fondos de pensiones. El presidente interino de Brasil afirmó, a las pocas horas de haber asumido, que hará cambios fundamentales para el país.
Los cambios en mente no pasan por investigar la supuesta cadena de corrupción y favores del gobierno popular de Dilma Rousseff, o su otrora intocable mentor, Lula Da Silva. Tampoco tienen que ver con la creciente crisis económica brasilera, su estancamiento o la demanda social.
Según reveló Wikileaks, se refiere concretamente a abrir la economía a inversiones extranjeras (prioritario para Temer) y privatizar los fondos de pensiones.
Los anuncios de Michel Temer, y el sospechoso juicio a Dilma, demuestran que detrás de la cortina de preocupaciones por recuperar la paz social, se esconde en realidad un golpe de Estado a la democracia por parte de la derecha tradicional de este continente,que quiere recuperar el control que durante algunos años vio amenazado por gobiernos populares o de inclinación social.
Con la democracia se come y se deja de comer. Los medios más importantes del continente titulan con moderación lo que a todas luces es un golpe de Estado en Brasil e insisten en que se trata solo de “una suspensión por 180 días de las funciones a la presidenta por averiguación de violación de normas fiscales”, “incurrir en maniobras contables ilegales para maquillar los resultados del Gobierno en 2014 y 2015” y “ alterar los presupuestos mediante decretos, acumular deudas y contratar créditos con la banca pública”.
En las democracias de nuestro continente estas acusaciones no llegan nunca más allá de una denuncia y el mea culpa del ministro más cercano, jamás a una destitución del ejecutivo.La llamada cuarta economía mundial ahora está en manos de la oposición y lo que es más absurdo, piloteada por un gabinete en el que se encuentran siete funcionarios acusados por actos de corrupción graves durante el gobierno que acaban de derrocar.
Las urnas y el papel ya no son garantía de justicia. Las democracias del continente no están blindadas contra la manipulación de la política, que es lo mismo que una enfermedad estacional, que parece ser para mejor hasta que entendemos que pudo haberse evitado con un poco de prevención y exigir manos limpias.