El Pensador es una escultura creada por Auguste Rodin en 1902, año en que finalizó este trabajo. La escultura consiste en un hombre inclinado hacia adelante, que apoya su codo derecho sobre su pierna izquierda, descansando su barbilla sobre su mano derecha. En síntesis, representa a un hombre pensando. Esta imagen fue adoptada como uno de los símbolos de la Filosofía y no es poco frecuente encontrarla ilustrando el contenido que define esta materia, o partes de ella, en la mayoría de medios de transmisión de información y conocimiento, desde libros de texto hasta páginas web, pasando por enciclopedias.
La importancia de reflexionar sobre este símbolo no es otra que lo que está ocurriendo en la provincia de Mendoza, donde la filosofía perderá su presencia en la nueva Educación secundaria que empezará el próximo curso. La respuesta de la comunidad filosófica ha sido la de siempre: la sociedad no sabe valorar el sentido de la actividad de El Pensador, que está quieto, ahí reflexionando y en el futuro eso dará sus frutos. El problema, desde esta perspectiva, es que, a lo mejor, en el futuro, también cae un meteorito y nos destruye a todos, o quizás nos convirtamos en demonios.
Los símbolos expresan conceptos, los conceptos están fundados en convenciones y prácticas sociales y El Pensador expresa nuestra concepción de esta actividad, la que buena parte de los filósofos han querido transmitir de sí mismos, que ha sido asumida por la sociedad y ahora se vuelve contra ellos: si lo tuyo es pensar sentado en un sillón y solo eso, entonces eres un inútil.
El problema de este símbolo y esta es la pasividad que sugieren el concepto y la postura de esa figura de bronce.
Lo primero es que la escultura falsea la actividad de pensar. Al escribir estas líneas, estoy pensando con un rigor que nadie, sentado con la barbilla apoyada en su mano, alcanzará jamás. Uno piensa, en el sentido en que se intenta representar este concepto en El Pensador, no cuando está quieto en un sillón, sino cuando está haciendo algo.
Cuando piensan los filósofos, y el resto de seres humanos, es cuando leen, cuando dan clase, cuando escriben, cuando barren, friegan los platos, etc. Claro, la imagen del pensador sentado es típica de quien tiene criados o una esposa subyugada socialmente, algo que en muchos de los filósofos del pasado era corriente. Pero hasta donde soy capaz de atisbar, ni las relaciones laborales jerarquizadas ni el machismo sociológico son características de los saberes actuales.
A lo sumo, como ocurre en este caso, son meras circunstancias que llevan a símbolos temporales y caducos, como El Pensador.
En segundo lugar, El Pensador transmite una imagen errónea de lo que es un filósofo y de la utilidad de los conocimientos filosóficos. Hoy en día un pensador estaría delante de una pantalla, poniendo a caldo a la cultura occidental en todas sus facetas a través de su blog y de las redes sociales. En tal caso estaría haciendo algo: pensar. A su vez, trasmite la falsa idea de que el fruto de la actividad filosófica es lento y mediato, que necesita de varias horas de sillón, a la lumbre de la chimenea.
El fruto de la filosofía es el propio filósofo, que si saca provecho de su formación, es una caja de herramientas y recursos conceptuales, algo sumamente útil en una sociedad que está trasladando su actividad al ámbito virtual, fundamentado en un sustrato de redes de información, donde el tráfico conceptual es moneda corriente. Si hay una formación capaz de desenvolverse en la práctica en este nuevo universo, situado más allá del mundo físico, esa es la formación filosófica.