Vamos caminando por la calle y vemos Niños por acá, por allá...futuras madres con un viente enormemente hermoso y con cara de dolidas y felices al mismo tiempo. Sentimos su felicidad y nos aparece automáticamente una sonrisa y una invasión de sentimientos encontrados que no podemos describir.
Compartimos comidas, reuniones y demás actividades con nuestra Familia y estamos rodeadas de sobrinos; sobrinos a los que amamos infinitamente y que tan felices nos hacen. Nuestros hermanos, padres, suegros, etc. nos dicen "¿Y? ¿Vos para cuándo? Ahora es tu turno de hacernos tíos y abuelos ...".
Y es ahí mismo cuando volvemos a recordar esa mezcla de angustia y ansiedad que tanto nos acompaña últimamente. ¿Es que acaso no se dan cuenta cuánto duele que nos digan así?
El punto es que no vemos la hora de contestarles y poder gritar a los cuatro vientos "Sí, estoy en la dulce espera". No vemos la hora de mostrar y lucir nuestra pancita, creciendo día a día.
SOMOS MADRES porque así lo sentimos. Si este es tu caso, ¿no sientes que eres capaz de amar, cuidar, criar y dar lo mejor de ti a esa personita que pueda llegar a estar entre tus brazos? ¿Acaso no crees que puedes brindarte en un ciento por ciento a alguien, que incluso no sea de tu propia sangre? Pues, si percibes todo esto y además te familiarizas con todo lo aquí descrito, es que definitivamente eres una madre nata.
Lamentablemente, no es propiedad ni patrimonio de una sola ciudad, o población y mucho menos de una sola cultura en el mundo, el hecho de encontrar madres muy jóvenes, que aún no han dejado de ser hijas ni dependientes y ya deben cuidar a una criatura, además de a ellas mismas. Tampoco es hoy en día imposible ver niños muy pequeños, pobres, por las calles mendigando no sólo comida, sino su falta de educación e incluso amor.
No es en absoluto raro ver todo esto, e internamente decirnos "cuánto daría yo por poder tener una criatura y amarla y cuidarla para que no pase por este horror". Pero, entristecidas, sabemos que no es así.
No sientas que está todo perdido,no te enfurezcas con tus familiares y amigos; no amargues a tu pareja. Confía y verás que, cuando te calmes y sea el momento, llegará.
Confía y relájate para que tu esposo o pareja también se distienda y te ayude a encaminar tus pensamientos positivos; así es como el milagro ocurrirá.
Y si no es eso lo que deba suceder, no desesperes; siempre se encuentra un ser a quien amar.