De niños, nuestra cultura comenzó a forjarse con una idea de la guerra inversa a la realidad. El gobierno de Galtieri se aventuró a recuperar el archipiélago que, tras casi 150 años, había sido usurpado por Gran Bretaña, con fines geopolíticos y comerciales. Y lo hizo de la manera más irresponsable, antipatriota y bananera. De alguna forma fue el fin de la dictadura militar que, junto al gobierno de Margaret Thatcher, sumían a sus pueblos en la miseria, reprimiéndolos salvajemente.
Era una locura enfrentar a la tercera potencia militar del mundo, con soldados conscriptos sin experiencia, niños de 18 años sin armamento adecuado, sin preparación psicológica previa, sin instrucción militar, sin equipo de medicamentos, etc.
Era una locura propia de un gobierno como el que estaba en el poder, despótico, torturador, genocida y apátrida. Sí, apátrida, qué contradicción; unas Fuerzas Armadas Nacionales que desde 1880 fueron en contra de la Nación y en favor de sus propios bolsillos, ligados a las potencias imperialistas.
Los argentinos vivíamos en otro mundo. Se mezcló la idea de que una guerra era similar a un partido de fútbol y la propaganda entusiasmó el sentimiento nacional, y una plaza que días antes había sido tomada para reclamos salariales, se convirtió en un escenario celeste y blanco y de unidad nacional. Era todo una farsa, la clase media porteña, como hoy, sabía que a los pibes se los llevaban por pensar, sabía que torturaban y sabía de las bandas patoteras de la policía y el ejército.
Pero callaron, por temor, por complicidad, por estar a favor y esta era la segunda vez que podían expresar algo en esos años turbulentos.
Increíblemente lograron que el país de la Reforma Universitaria y de avanzados derechos en todos los sectores sociales, se embrutezca hasta la inhumanidad más profunda y oscura que puede tener una población.
Muchos resistieron a esa barbarie institucionalizada; otros cayeron y la mayoría quedó desaparecida.
La guerra de Malvinas, en definitiva, fue un duro golpe a la idiosincrasia Argentina, un telón que terminó de abrirse para mostrar a los actores al desnudo y demostrar la monstruosa crueldad con la que habían actuado con todos los sectores de la sociedad, hasta con sus propios soldados.
La guerra duró meses, pero esos meses bastaron para dejar secuelas en miles de jóvenes que fueron a ser carne comida para las balas del Imperio inglés. Mientras, los serviles milicos argentinos tomaban whisky, jugaban en los casinos de oficiales y se revolcaban con unas cuantas prostitutas famosas de aquel entonces, pensando que su alianza anticomunista con EE. UU., que los llevó a reventar a miles de connacionales, ganaría sola el derecho de restitución de la soberanía sobre las islas.
Episodio vergonzoso de nuestra historia como pueblo. Vergonzoso por dejar que tantos derramaran su sangre por nobles causas sin la más mínima reacción durante muchos años.
No es casual que hasta 2015, 500 excombatientes se hayan suicidado.
Muertes que son el desencadenante del horror de ver las mutilaciones de las bombas, de las torturas que cualquier superior ejercía sobre los muchachos sin experiencia en guerra. Al cabo que la burguesía nacional, con tonos patéticos de nacionalismo berreta, juntaba por televisión miles de objetos de todo tipo, que iban a parar a los bolsillos de los verdugos y vasallos en nombre de los valientes patriotas en Malvinas.
A 33 años nuestro homenaje a estos muchachos que también fueron víctimas del terrorismo de Estado.