Venido de quién sabe qué planeta, el chico que siempre encuentra lugar en el tiempo y espacio para marcar, características propias de un dios de la mitología, como Cronos, amo griego del tiempo. El que aparece y desaparece. El que con su sola presencia en el campo o fuera de él hace dudar a sus oponentes. El que en todo momento mantiene la frialdad y siempre elige la mejor manera de culminar sus jugadas.

Lionel Messi, el astro del Fútbol mundial, aquel joven que fue despreciado por los grandes clubes de la Argentina por su problema de crecimiento; aquel niño que, pese a las pálidas recibidas por los grandes del país siempre admitió su deseo por vestir la celeste y blanca, y por qué no, jugar un mundial y levantar la copa.

Este monstruo, que gana millones de euros en el FC Barcelona, que tiene todo lo que siempre soñó y mucho más; el máximo goleador del club en competencias internacionales y locales; el mejor jugador del planeta Tierra y el autor de todos los récords que se propone. El que día a día busca mejorar y perfeccionar su juego, el que no tiene otra competencia que el mismo; este marciano que se fue desde muy pequeño al continente europeo para cansarse de inflar las redes de todos los estadios que pisa, es el mismo chico que nunca se olvidó de sus principios y de todo el esfuerzo que tuvo que hacer junto a su familia para llegar a donde está hoy, la cima del mundo...

Hasta los chinos lo conocen.

Desde muy joven ya avisaba que sería una figura del fútbol internacional. En aquel equipo invencible, los "Cebollitas", que llevaba más de 100 partidos invictos, "Pelusa", como lo apodaban, comenzaba a demostrar su calidad única. No tenía ni 18 años pero Menotti ya lo tenía en cuenta para la Selección Nacional. Ganó su único mundial, que no es poca cosa, en México 86' y disputó la final de Italia 90', donde su conjunto perdió con Alemania con un penal más que dudoso.

Sus éxitos deportivos se vieron muchas veces empañados por su adicción a las drogas, ese polvo mágico que lo afectó tanto en su carrera como en su salud.

Cuando Maradona tomaba la pelota los jugadores se desconcertaban, se perdían en el laberinto de sus piernas, como los guerreros en el mítico laberinto del minotauro. Cuando empezaba su slalom parecía una corriente de agua filtrándose por las mínimas grietas de una pared.

Cuando remataba, el arquero pasaba a ser el espectador de lujo del golazo que seguramente haría.

Nació en un barrio pobre de Villa Fiorito y llegó adonde nadie nunca lo imaginó. Quienes tuvieron la suerte de verlo jugar ya no son ateos, porque Dios existe y se llama Diego Armando Maradona.