Terminado el Superclásico entre Boca y River por los octavos de final de la Copa Libertadores, en la sede de la Conmebol (Confederación Sudamericana de Fútbol) en Paraguay el mundo futbolero quedó con la triste certeza de que con los violentos, cuantos menos con los sucesos de violencia, Sudamérica no tiene mano de hierro. La parte estrictamente futbolística queda en segundo plano y la actitud del club Boca Juniors, presentando obstinación -entendida- para la continuación de lo que restaba del encuentro, comulga en algún punto con la idiosincrasia de los energúmenos.

Se habla en demasía de la erradicación de los violentos del fútbol sudamericano y del argentino en especial, pero no se hace absolutamente nada. Cómo hacerlo, si todos los estamentos de la sociedad son parte. Desde el mismísimo hincha que festeja las estupideces que hace la barra brava en los estadios porque se creen más "vivos", pasando por la dirigencia que no tiene las agallas que sí tuvo un hombre como Javier Cantero, ex Presidente de Independiente.

No hay que olvidarse de los protagonistas principales, los jugadores. Muchos de ellos tienen actitudes netamente arbitrarias en favor de los dueños del tablón. Muchos tienen relación constante con ellos y en ocasiones no dudan en ocultarlo.

Tal fue el caso del arquero Pablo Migliore que estuvo detenido un mes por colaborar con Maximiliano Mazzaro (ex barra de Boca) en su estado de prófugo de la justicia.

También se puede hacer la misma lectura de la connivencia de los jugadores con los violentos, pero desde un lugar ciertamente más blando, como el caso de Daniel Osvaldo, que llama "gordos mafiosos" a los dirigentes de la Conmebol en las redes sociales.

El tema es que omitió opinar sobre los otros gordos mafiosos, esos que hicieron que Boca quedara fuera de la Copa. De ellos no dijo ni una letra. Que Agustín Orión mirara como si nada a sus colegas riverplatenses como se querían arrancar los ojos del dolor y él sólo atinó a llamar a sus compañeros para "saludar a la gente".

Patético.

Estaba ahí, en la mesa, servido con bandeja de plata, como nunca, facilísimo. Pero no quisieron, desde la Conmebol, llenarse las espaldas de responsabilidades antipáticas y probablemente poco rentables. Desde FIFA se sugirió una condena ejemplar para los hechos y nada, absolutamente nada de eso sucedió. Insisto con lo mismo, la parte deportiva queda excluida de estas líneas.

El poder político no queda excluido de este fenómeno, todo lo contrario, es uno de los impulsores de toda esta basura. Contrataciones de militantes para actos públicos, independientemente del espacio. Sindicatos que los acercan para controlar que los días de medida de fuerza, sean respetados. Increíble. Y no es un episodio que sólo ocurre en Argentina, es un quiste enorme en toda Sudamérica y aparentemente nadie tiene la iniciativa de cambiar de manera abrupta la realidad. Se ve que los muchachos todavía sirven mucho y se nota.