Llega el día y horas antes del encuentro ya comenzas a prepararte: que las zapatillas con las que viajaste y ganaron, que la remera con la que saliste campeón, o las medias que ayudaron a tantas alegrías. Esas son las cábalas personales que cualquier hincha tiene, aun cuando las cosas no andan bien o hayan fallado en determinada oportunidad.

A pesar de que nos hagan creer que la violencia se apoderó del Fútbol, todavía existen familias que apuestan a brindarle a sus hijos, nietos, primos o amigos, la hermosa experiencia que es asistir a un estadio a ver al club de tus amores, ese que heredaste, seguramente, de alguien que marcó tu vida.

El fútbol en algún punto se parece a los humanos ya que atraviesa distintas etapas y emociones, en las cuales preponderan el amor desenfrenado y la violencia abrupta. La primera es la que pasa por el corazón del hincha, esos que están toda la semana expectantes de lo que esta por venir, los que organizan todo con tal de viajar con su gente y juntarse, aunque sea unos pocos minutos, con su grupo de amigos que se reúne en un sector determinado de la cancha.

El hincha "es el alma de los colores, el que da todo sin esperar nada", como decía Discepolo (en la película "El Hincha") allá por 1951. Es el que no entiende de razones, el que puede enojarse, aplaudir, putear y alentar, todo junto durante 90 minutos.

Y es en esa última característica en la que me detengo, ya que el aliento es el arma que utilizamos porque sabemos que no hay manera más linda de apoyar que estar presente y cantar, una y otra vez, hasta el cansancio.

El hincha sufre cuando las cosas no andan bien, llora cuando son eliminados de ese certamen soñado o, simplemente, cuando lo que se vio en cancha no se ve plasmado en el resultado.

De lo contrario, somos extremadamente felices: sonreímos toda la semana, encaramos los días de otra manera y hasta tomamos ciertas cuestiones con más tranquilidad. Porque el fútbol, tal como lo quieren mostrar, es una enfermedad que, según como te agarre, puede construir o destruir.

De la vereda de enfrente está la violencia, esa que es generada por un grupo de personas a las que los triunfos o los fracasos sólo le llenan los bolsillos.

Esos, quienes le agregan la parte turbia a este deporte, son los que disfrazan de folclore a acciones aberrantes como, por ejemplo, intentar lastimar a jugadores rivales física e íntegramente. Sin embargo, y tal vez lo peor de todo, es que no están solos: detrás de ellos se encuentra una masa política y social cómplice que fomenta la impunidad.

"La violencia en el fútbol es un invento que nos quieren hacer creer los que tienen que hacerse cargo de la situación y no lo hacen", escribió una vez un colega en su cuenta de Twitter y yo le di la derecha haciéndole RT. Lo bueno del fútbol es que mientras existan los hinchas, quienes aunque no lo digan tiene la esperanza de un cambio y que demuestran con hechos que en este deporte se puede apoyar, sufrir y alentar sin dañar a nadie; el mismo seguirá vivo.

El hincha es la luz que se esconde detrás de un sendero que cada día parece ser más oscuro, teniendo en cuenta lo sucedido en la FIFA (entidad madre del deporte), porque en definitiva, así como después de cada derrota volvemos a apoyar a nuestro equipo, en cada herida que le hacen al fútbol volvemos a acercanos para brindarle eso que intentan sacarle: la pasión.