Un madrugada, un joven sentado en la barra de un bar de mala muerte busca problemas para ser parte de ese mundo sórdido que lo maravilla, y falla en su intento. Su conciencia lo regresa al lugar del que viene, así como el nadador que bracea mar adentro y las olas lo devuelven a la orilla.
Como me dijo en una ocasión un hombre duro: "por más loco que te parezca todo esto, pibe, en este ambiente no deberías estar, porque para ser uno de muchos no sirve cualquiera ¿Me entendes? Y no me pidas explicaciones, porque lo único que te podría decir con mucha seguridad es que en el basurero que se convierte el mundo uno no entra como consecuencia de un esfuerzo ni siquiera por una vocación, entras por una fatalidad.
Eso significa, pibe, que de pronto estás en medio de todo esto y sabes muy bien que llegaste hasta acá escapando de vos mismo. Igual que un caballo que corre a dos manos por el hipódromo porque quería escaparse del jinete que lo montaba".
Ese hombre tenía razón, y no dude en seguir lo que me dijo. Mes y medio después de eso me lo encontré de nuevo. Recordamos lo que me había dicho tiempo atrás y me pidió perdón: "Yo hablo al pedo y como para ser poco hablo de más. Un discurso largo malogra cualquier tipo de idea y créeme yo esa noche llene muy poco mis pulmones al hablar. Es elemental que hagas eso o vas a estar chau. Tenes que hacer las cosas según se te cruce por la cabeza hacerlas, con la seguridad de que en algún momento vas a encontrar una excelente razón para haberlas hecho.
Ahora voy a cerrar la boca antes de caerme en el mismo error de siempre. Pero antes una cosa más: en este planeta solamente vas a sacar ventaja y ganes prestigio si haces pelota tu reputación".
Ese hombre volvía a tener cierta razón. De alguna forma, para ser uno de muchos en ese ambiente no servia cualquiera. El tema es que yo decidí intentar porque quería saber que era lo que sentía un hombre cuando se da cuenta que es por culpa de una de las chicas lindas del bar por lo que a veces Dios llega tarde a misa.