Los filósofos griegos decían que hay que desconfiar del poder porque, muchas veces, aparece la fuerte tentación de abusar del poder mismo. El constitucionalismo, entendido como técnica de limitación del poder, está al origen de esta desconfianza y, desde comienzo del siglo XVIII, pertenece al patrimonio incontestable del Estado de Derecho la idea que quien detenga el poder esté él mismo bajo la ley y, consecuentemente, que pueda ser juzgado por otro poder independiente, el de los jueces, los cuales son a su vez sujetos a la ley y solamente a la ley.

Sin embargo este principio básico, consolidado desde hace dos siglos de historia y de elaboraciones filosóficas y jurídicas, aparece hoy, en Argentina, fuertemente debilitado.



En estos últimos años en Argentina nos estamos acostumbrando a escuchar frases como "Hoy se apartó al juez Claudio Bonadio de la causa por presuntas irregularidades en la empresa Hotesur SA".  Y nuestras reacciones ciudadanas son casi imperceptibles. Nos estamos acostumbrando a que los tres poderes sean uno, o bajo el dominio de uno.



En nuestra Constitución la soberanía popular está afirmada en oposición a cualquier tentación  y pretensión de identificar al pueblo con algún representante o también poder. La soberanía del pueblo significa que el pueblo se expresa en la pluralidad de los poderes que la Constitución organiza y pone en un sabio equilibrio, pero también directamente en el ejercicio de las libertades, individuales y colectivas. El pueblo no es una entidad abstracta del cual uno se pueda apropiar.  Es estructuralmente plural, articulado en formaciones sociales. Pretender hablar al pueblo, como masa indistinta y singular, o, aun peor, de expresar el consentimiento del pueblo es entonces una simplificación no inocua.

La unidad del pueblo no es un dato fijo, sino un objetivo siempre problemático, una difícil armonía polifónica que hay que buscarla en el dialogo y en la coexistencia entre diferentes identidades, individuales y colectivas. La primera tarea de la acción política en una democracia constitucional es propio aquella de garantizar el pluralismo de las formas de vida y la coexistencia pacifica de las historias personales y de las culturas.

Es increíble que un  cuadro tan consolidado, me refiero a la independencia de los tres poderes de un País, evapore tan rápidamente  en la conciencia cívica y en la conducta de algunos hombres y mujeres de poder. Me pregunto: ¿Algunos buscan el poder para poder servir a los interese de todo un pueblo o buscan el poder para servir sus propios intereses enmascarándolos con los intereses de algunos sectores del pueblo?