Comienzan las vacaciones de invierno y los nenes no irán al colegio durante 15 días. Pero sus papás deberán seguir concurriendo a sus trabajos. Entonces... ¿Qué hacer con los hijos?

Luego de meditar largo rato y de realizar innumerables cuentas que irremediablemente indican la total y rotunda falta de ingresos para poder mandarlos, si las edades así lo permiten, durante el receso escolar a algún campamento invernal o colonia, se llega a la conclusión que la única posibilidad recaerá en la valiosa, invalorable, maravillosa, inobjetable ayuda de...

¡Los abuelos!

Y es así como nos encontramos en los umbrales de lo que serán dos semanas a pura adrenalina: cines, teatros, locales de comidas rápidas, computadoras a pleno, televisiones a toda marcha, comidas exclusivas para Niños o sea patitas, papas fritas, hamburguesas ¡Todo nutritivo y de bajo valor calórico!

Hasta que llega la ayuda incondicional de esos personajes infaltables en la vida de toda abuela al borde de un ataque de nervios: los tíos. Viven en el campo y por ende vienen a buscar a sus sobrinos para pasar unos días con ellos y así recorrer juntos la naturaleza y sus encantos, dar de comer a los cabritos, pescar en la laguna, andar a caballo, entre otras actividades. Cosa que para nosotras es un verdadero privilegio ya que no hay nada más lindo para un niño que jugar al aire libre y poder corretear por ahí sin ataduras ni miedos, solo rodeados del afecto y cuidado de quienes los aman.

Pero de pronto nos damos cuenta de que estaremos toda una semana sin verlos... No podemos evitar que una sensación de angustia nos invada y recorra todo el cuerpo. La pregunta inevitable nos atraviesa de par en par: ¿Qué vamos a hacer sin ellos?

Claro, la respuesta de todos es que aprovechemos el receso y nos dediquemos a todo aquello que no podemos hacer mientras los cuidamos: ir a la peluquería, al cine o sencillamente a ¡No hacer nada!

Pero ocurre que acostumbradas a su diaria presencia, aunque luego de unos días agotadores, surge la necesidad imperiosa de abrazarlos y besarlos, estrecharlos muy fuerte...

Y allá vamos, rumbo al campo, porque llegamos a la conclusión de una verdad inequívoca: no podemos vivir sin ellos. Al fin y al cabo son nuestros nietos. ¡Felices vacaciones!