Como dice el título, podemos afirmar que estas elecciones marcaron la derrota de los oficialismos. El poder, los aparatos y los medios nublaron la visión de los decisores que ostentaban el Gobierno en todos los niveles, principalmente, la administración federal, aunque sucedió en intendencias y gobernaciones de todo el país.
La derrota simbólica (en efecto ganó por 2,5%) del oficialismo nacional fue la consecuencia de no definir un candidato propio, porque ya no es novedad –y nunca lo fue- que a Daniel Scioli lo detestaban y hoy, un poco más. Sobradas muestras tanto de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner como del propio compañero de boleta Anibal o muchos integrantes de la militancia, pasando de la titular de Madres de Plaza de Mayo hasta el último de los militantes.
Por el lado del sciolismo, el candidato presidencial se configuraba como un intocable, un genio del slalon donde ningún golpe le afectaba políticamente. Ni siquiera la pobre gestión en la Provincia de Buenos Aires ni las inundaciones producto de dicho inexistente gobierno. Muchos creíamos, aún así, que iba a obtener los votos suficientes para convertirse en Presidente en la primera vuelta.
La decisión de Scioli de cambiar votos independientes por los votos oficialistas lo condenó a tener esa expresión de derrota y desmoronamiento que lució tras las elecciones del domingo. Es decir, un Scioli independiente o un Scioli Blue o Scioli Clarín (hay un Scioli oficial también), como más les guste, le garantizaba una mayor fidelización con su electorado.
Al transformarse en EL candidato del kirchnerismo, perdió la porción independiente y no ganó el apoyo oficialista. A lo mejor sí en los votos, pero es disoluble y poco consistente el “no lo quiero, no me representa, pero lo tengo que votar igual”.
La sociedad dio cuenta de ello y lo hizo notar en las urnas. El kirchnerismo pagó caro la soberbia, paga caro no haber hecho la lectura correcta de la coyuntura y pagará caro no levantar el pie del acelerador, porque luego del cachetazo del 25 de Octubre siguen culpando a extraños y no a propios, escapando a la autocrítica.
El escenario Ballotage del 22 de noviembre, donde se definirá el presidente de los próximos 4 años por lo menos, enfrentará a un oficialismo desahuciado y roto por dentro, con el frente Cambiemos, fortalecido y con legitimidad a partir de las elecciones generales. Será virtud del oficialismo nacional poder revertir el desconcierto de sus dirigentes.
Estamos transitando un cambio de época, la sociedad Argentina entendió mejor que el gobierno los múltiples derechos conquistados, pero no les cedió la propiedad. Este cambio de época, a mi entender, reside en la FORMA, en los modos y en la manera de gestionar el Estado. Ni los encuestadores, periodistas y actores políticos lo registramos a tiempo, sí lo hizo la sociedad.