Una de los hábitos más enriquecedores que puede practicar el ser humano es el debate. Y si de política se trata, más aún. Podemos tener infinidad de posturas distintas, tantas como individuos haya, pero son los argumentos sólidos y la defensa de los mismos los que sostienen dichas posturas y las mantienen vigentes.

Durante doce años nos vieron, escucharon o leyeron defender las nuestras. Pudieron no estar de acuerdo, pudieron considerarnos equivocados, pudieron pararse en nuestras antípodas. Pudieron enojarse, detestarnos, o hartarse de nosotros.

Pudieron acusarnos de estar pagos o con el cerebro lavado. Pero jamás tildarnos de vacíos o faltos de convicción. Para cada una de sus inquisiciones tuvimos respuesta.

Ustedes hablaban de demagogia y nosotros dábamos largos discursos sobre la importancia del rol del Estado en la economía. Ustedes hablaban de despilfarro y nosotros nos pasábamos horas eternas disertando sobre la diferencia entre eso e inversión. Ustedes hablaban de dictadura y nosotros les contábamos de la larga historia de gobiernos de facto que sufrió nuestro país desde el 30 hasta nuestros días. Ustedes hablaban de cepo y nosotros les contábamos de la importancia de fortalecer nuestra moneda. Ustedes hablaban de importaciones prohibidas y nosotros les explicábamos del intenso lazo que existe entre industrialización y empleo.

Ustedes hablaban de vagos y nosotros les traducíamos planes en inclusión social.

¿Si había cosas para corregir? Sí, muchas. ¿Si faltaba por hacer? Sí. ¡Tanto! El punto es que ahora, cuando es el tiempo de ustedes, han elegido el silencio. Cuando los roles se han invertido y a nosotros nos toca jugar de inquisidores, callan.

Y no hablo del sector dirigencial. Esos ya han hablado lo suficiente en campaña y ahora es momento de ejecuciones. Hablo de ustedes. Los que eligieron lo que eligieron y les llegó el turno de defenderlo.

No debería sorprenderme. No sé si esperaba mucho más de quienes han arengado a sus candidatos a fuerza de un par de memes y mucho de odio serial.

Puedo entender lo del voto castigo o lo de ciertas cuestiones que sus representantes obviaron decirles. Pero hace apenas unos días parecían convencidísimos de las banderas que levantaban. Y hoy, cuando les preguntamos qué opinan sobre los atropellos a la Corte, a la economía o a los Medios (motivos que se supone, detestaban del modelo al que castigaron), no hay una sola respuesta de dos míseras líneas que explique qué defienden cuando defienden, si es que aún defienden lo que decían defender.

Nosotros, los derrotados en urnas, los supuestos perdedores de la historia, seguimos argumentando a ultranza aquello que, equivocado o no, consideramos válido. Ya no hay nadie que nos pague o nos lave el cerebro y sin embargo, no nos corrimos una coma en nuestras convicciones.

Aún a riesgo de seguir enojándolos o hartándolos.

El silencio otorga, dice el refranero popular. Y yo me pregunto ¿qué nos otorga tanto silencio? Quizás el derecho a pensar que no estábamos tan equivocados. Quizás la compasión por todo aquello que sabemos que nunca entendieron. Quizás la intuición de que ya comenzaron a arrepentirse. Quizás la certeza de seguir resistiendo.

En especial al silencio, que de sobras sabemos que es lo peor que puede sucedernos.