“Las chicas de 14 años se hacen preñar por unos mangos”, dijo hace una semana el empresario mendocino Enrique Pescarmona, dueño de IMPSA, quien también cuestionó los planes sociales señalándolos de inútiles y “retrógrados”. Presidiario de sus millones y con un argumento machista, Pescarmona arremetió contra las mujeres, en particular contra las adolescentes.

Estas afirmaciones prejuiciosas generaron una catarata de repudios. De inmediato, el empresario, para bajarle el tono a las críticas, salió impúdicamente a pedir disculpas asegurando que cometió un “error comunicacional”.

Está claro que las declaraciones del millonario no se trataron de un “error comunicacional”, sino de una torrente de prejuicios, violencia machista y distinción de clase, que discrimina a la maternidad adolescente. Pescarmona es multimillonario, blanco y no necesitó del “asistencialismo” del Estado para enriquecerse. ¿O sí?

Pues bien, si vamos al fondo de sus declaraciones, según el artículo “¿Quién es Enrique Pescarmona y por qué odia a los adolescentes pobres?” de La Izquierda Diario, IMPSA habría “crecido y prosperado” con el dinero público y bajo la dictadura genocida de 1976. También “se sospecha que la deuda que adquirió en esa época, habría entrado en la estatización de Cavallo a principios de los ‘80”.

¿Quién es Pescarmona? ¿Solo un millonario retrógrado que maneja una de las empresas considerada la séptima más grande de la región?. ¿Uno de los 40 más ricos de la Argentina según publicaban las revistas en 2014?. ¿“Un gruñón exitoso”, como titulaba un diario en 2013?. Pescarmona es un analista veloz y superficial a quien no le importa si daña a alguien con sus frases obscenas.

Y no es el primero ni será el último que se exprese con ese contexto de ideas acerca de la Asignación Familiar. El ex senador radical Ernesto Sáenz dijo que la Asignación Universal por Hijo “se está yendo por la canaleta de la droga y el juego”. El embajador de Panamá, Miguel del Sel, desplegó con que las chicas “de 12 o 13” se embarazaban para cobrar “una platita todos los meses”.

El ministro de Educación, Esteban Bullrich, arremetió contra los estudiantes diciendo que el dinero de los planes sociales “lo usarían para comprar balas”.

El estigma de estos funcionarios ya no sorprenden a nadie, ya que sus dichos van en el mismo camino del relato macrista para derribar las políticas sociales. Lo que tampoco debe sorprendernos es que Pescarmona arremeta contra la educación sexual como lo hace la iglesia católica.

Si consideramos que Pescarmona es un ferviente militante católico y colaborador generoso de las instituciones del Opus Dei, tendríamos una idea de sus retrógradas aseveraciones sobre las adolescentes. Sin embargo, ésta no sería la razón principal que tendría el empresario para generalizar y falsear las motivaciones de la maternidad adolescente.

No es una “equivocación con el verbo”: es su discurso aberrante, su ideología machista, las cifras en sus cuentas que le dan el poder, con la que radica la violencia hacia los sectores más vulnerables de la sociedad.

Pescarmona no tiene derecho de enjuiciar a los demás. Nadie lo tiene. Pero a la sociedad solo le queda volver a indignarse cada vez que la verborragia y el descaro de quienes tienen el "poder" y los medios para decir, desde un sillón de CEO, que la sexualidad en los pobres vendría a ser un problema, porque tendrían que formar una familia y eso conlleva a que reciban una mísera mensualidad, que para los de arriba son solo unos mangos.