La depresión puede llevar a la destrucción interior. No es un mero decaimiento del ánimo. Hoy se considera uno de los trastornos que más dañan a la sociedad en el mundo, según un libro titulado "Las caras de la depresión", de Emanuela Muriana, Laura Pettenò y Tiziana Verbitz.
La publicación señala que es importante darse cuenta de cuáles son las sensaciones que imperan y cómo se encara la vida diaria para registrar si se carga con este padecimiento. Ciertas costumbres cotidianas que se detallan a continuación explican que se ha instalado la enfermedad.
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Descuido del aspecto físico. Es uno de los primeros síntomas y de fácil reconocimiento por parte del entorno social. Un individuo deprimido da pautas de desidia; por ejemplo, no se fija si se viste bien o mal, es renuente a mantener la higiene personal, ni observa si su vestimenta está suficientemente limpia. Se añade un abandono del cuidado que merece su hogar, tiende a desatender el orden y la limpieza.
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Caso omiso a las recomendaciones nutricionales. El sujeto deprimido adopta una pésima alimentación, que contribuye a reforzar la pérdida del ánimo además de perjudicar su Salud corporal; en tanto, no le importa si pierde la línea, es decir, si enflaquece o engorda en demasía. Su físico soporta consecuencias directas. Asimismo, pierde capacidad para hallarse activo y carece de energía al alimentarse inadecuadamente.
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La rutina y la desolación. La vida rutinaria es la fuente más grande de depresión en las grandes ciudades. Realizar las mismas tareas a diario ocasiona un desgaste mental, limita la imaginación y la voluntad de vivir, más aún cuando trabajos sencillos requieren una repetición invariable de la conducta. Dejarse llevar por la rutina expone a volverse depresivo, sobre todo si se permite que ella invada la mayoría de las horas y no se tiene simultáneamente una vida social; sin salidas, sin divertimientos, sin contacto con gente, la depresión gana la batalla imponiendo la desolación y la sensación de desamparo.
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Sin tiempo para los amigos. La depresión quita tiempo para las amistades, hasta se ven como una obligación y no una necesidad. Faltan incentivos para sustentar una red social que brinde confianza. El individuo se autoexcluye; llama cada vez menos a sus amigos y no responde sus llamadas y, en consecuencia, cada vez se distancia más de ellos.
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Sin práctica de hobbies que agradan. Esta enfermedad aleja inconscientemente de las aficiones. El depresivo inhibe su derecho a hacer lo que le gusta. Permanece en su casa en los horarios libres, no hace nada que le satisfaga, y suele mirar televisión como una compañía a la que le resta atención.
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La soledad se torna un mecanismo de defensa. En especial tras un fracaso sentimental, una ruptura de pareja o conflictos sociales, se acentúa la soledad. Entonces, el sujeto se excusa para intentar una nueva relación amorosa, le gana el miedo al fracaso, evita cualquier posible compromiso, rechaza la cercanía de su familia y amigos, las actividades sociales pasan a ser parte de su pasado y sale de su casa únicamente cuando lo considera imprescindible.