Se llaman transgénicos, a los alimentos genéticamente modificados, es decir, aquellos a los que, mediante una técnica de ingeniería genética, se les ha incorporado uno o más genes de una o varias especies, con el fin de que en el mismo estén presentes las características del nuevo gen introducido.

A modo de ejemplo, es posible separar un gen de pescado, cuya función sea resistire a las bajas temperaturas, e introducirlo en el material genético de una fresa; así esta fruta sería menos vulnerable a las heladas.

Entre los tantos alimentos modificados genéticamente, el tomate fue el primer vegetal que llegó al mercado; se le introdujo un bloqueo a las enzimas responsables de su maduración, garantizando así, que pudiese permanecer en el comercio por períodos de tiempo más extensos.

Posteriormente, fue el turno de la soja y el maíz, los que se hicieron invulnerables a herbicidas, obteniéndose mayor rendimiento tanto en el cultivo como en la cosecha.

Esta manipulación y transferencia de ADN de un organismo a otro, originariamente permitiría la corrección de defectos genéticos y la creación de nuevas variedades con mejores cualidades nutritivas, aplicada a los vegetales y animales para consumo humano. Asimismo, si la expectativa para el año 2050 es que la población mundial se multiplique, de tal forma que alcance los nueve mil millones de habitantes, la producción de alimentos debería elevarse de manera considerable, tal como lo expresó la Organización de la Naciones Unidas.

Por esto, se esperaba que los transgénicos se convirtiesen en la solución al acelerar el proceso productivo agrícola y la cría de animales.

Sin embargo, estas alteraciones en los alimentos generaron gran polémica, debido a la falta de información precisa sobre el modo en que se llevaban adelante estos procesos y, por otro lado, las posiciones encontradas de especialistas y profesionales médicos, que emitían su opinión respecto a las consecuencias que podían ocasionar sobre la Salud de las personas.

Una evaluación que permita acercarse un poco más a la verdad sería posible, confrontando los beneficios y perjuicios de estos alimentos. Entre los primeros se incluyen: mejor sabor, más calidad y cantidad de nutrientes, mayor adaptación de la planta a condiciones adversas, aumento en la producción, crecimiento más acelerado de animales y plantas.

Pese a estas y otras ventajas, son muchas las prestigiosas instituciones, como la Asociación Médica Británica o el Consejo Nacional de Investigaciones de los Estados Unidos, que se oponen a su comercialización, debido a la falta de resultados sobre los impactos en la salud y el ambiente a largo plazo. Su resistencia al consumo de los transgénicos, se basa en que no existen aún, suficientes estudios que demuestren la imposibilidad de intoxicaciones debido a alergias, la intolerancia a algunos alimentos, la contaminación del suelo, el aumento de sustancias tóxicas en el ambiente, la pérdida de la biodiversidad, los daños irreversibles a las plantas y animales tratados, entre otros. Se suma también, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), solicitando prudencia en la valoración de cada producto antes de su difusión y salida al mercado.



Queda en manos del consumidor la decisión, siempre y cuando se lo informe correctamente, y no quede indefenso por ignorar los efectos que le pueda provocar aquello que consume; no mañana, sino a largo plazo.