El sol se va acercando lentamente al límite con el horizonte. A la vera del camino de tierra que recorre el límite norte del Parque Industrial rumbo hacia las defensas de General Roca, una construcción similar a un iglú realizada con bloques de tierra, sorprende. Más atrás, las llamas que salen de las toberas de un horno de ladrillos encendido ilumina los rostros de los obreros que esperan, trabajan y anhelan.
María Luisa Fleitas (52 años), Mario Abel Fleitas (51) y Miguel Fleitas, son tres hermanos propietarios de uno de los tantos hornos de ladrillos que se levantan a las afueras de la parte norte de General Roca, a los que se puede arribar tomando el camino del Obrador Municipal.
Los tres se criaron haciendo ladrillos desde pequeños junto a su madre, lo cual les permitió adquirir un conocimiento certero respecto a la calidad de los ladrillos y a los que son necesarios para cada momento de la construcción de una edificación. "Antes los cortantes de ladrillos eran individuales", comenta Miguel, "lo que implicaba que para hacer mil ladrillos, había que agacharse mil veces. Hoy los cortantes son dobles y de una dimensión un poco más reducida, lo que ha achicado también el tamaño de los ladrillos"
"Este Trabajo lleva de 15 a 16 horas de horneado tras 10 días de secado", dice María Luisa, "y demanda cerca de 4 mil kilogramos de leña para producir hasta 18 mil ladrillos.
Todo depende del clima, del viento, del calor que produzca la madera y el tiempo. Una lluvia repentina puede provocar la pérdida de toda una partida en producción, a veces, ya pagada previamente por un comprador". "Aquí todo se paga: el armado de la hornalla, el transporte de las dos variedades de tierra necesaria, el agua, la leña, el aserrín, el tractor para pisar el barro, los cortadores de las piezas, los picadores, los armadores".
Otra particularidad a tener en cuenta es la calidad de los materiales. Miguel, que además es albañil y constructor de hornos familiares de ladrillos, dice que "hay una tierra arenosa que se quema más rápido, se funde, haciendo que el ladrillo se derrita en el interior del horno. Lo necesario es obtener la tierra ubicada en la capa superficial del terreno, escarbando y tratando de no superar los 70 centímetros de profundidad, tal cual lo necesario también para la chacra".
María Luisa camina hacia el lugar donde se mezclan las tierras, semicubierto por el agua de una lluvia reciente. "Esto también es solidario. Acá un vecino necesita un flete y tenemos el camioncito; le carga combustible y trae lo que necesita para él o también para nosotros. La gente que nos acompaña también nos ayuda. Colaboran acarreando la leña, compartimos lo que comemos y pasamos el tiempo frente al fuego. Hay que cuidarse del humo que desprende la hornalla, pues es un humo gasificado con un olor particular, producto de la combustión de la madera y el calentamiento de las piezas de barro, que llegan a verse tal cual un hierro fundido por entre las rendijas que tienen las paredes del horno".
El día va llegando al límite en que se confunde con la noche. La música de la radio suena más fuerte aclimatando el tiempo que queda de espera. La pira enrojecida va cubriendo el entorno con bocanadas de humo ennegrecido que no logran oscurecer los sueños. Solo resta aguardar el fruto de un trabajo arduo que alimenta con esperanza el esfuerzo diario.