Un ingeniero venezolano de 37 años, padre de tres hijos, dejó Maracaibo y se apartó temporalmente de su familia para buscar afuera de su país un futuro mejor, debido a la gran crisis política y financiera que atraviesa su natal Venezuela. Tras 52 días de protestas contra el oficialismo que han dejado como daño colateral más de 40 muertos; la situación es cada vez peor, la inflación y la crisis alimentaria han aumentado tanto que si el sueldo mínimo es de $60.000 bolívares, un kilo de carne cuesta $10.000, y ante la escasez de la harina de pan venezolana que solía costar $800 bolívares, se consigue la colombiana por $5.000.

Después de un mes y medio aún intenta adaptarse al ritmo de vida porteño y confiesa cuánto extraña la comida de Venezuela, las arepas y los desayunos salados. Miguel, trabaja actualmente de repositor, pero confía en un mediano plazo poder establecerse, encontrar un empleo con un mejor ingreso y traer a su familia. Su postura ante el gobierno es firme y clara: “Maduro es una consecuencia de Chávez, con él fue con quien empezó el declive, destruyó nuestro país” y agrega: “con el presidente que tenemos en este momento no hay un punto de partida para empezar a superar la crisis en la que estamos, necesitamos un cambio de gobierno, pero eso en este momento no es viable, parece algo lejano”.

Miguel sostiene que aquellos que continúan apoyando al gabinete de Nicolás Maduro pese a las paupérrimas condiciones de vida en las que se encuentran, viven de falsas promesas, de pajaritos pintados en el aire por el gobierno.

Según su testimonio, actualmente en Venezuela comprar una vivienda cuesta alrededor de $40 millones de bolívares, por ello las promesas de la construcción de un centenar de casas gratuitas para los más pobres, y la realidad de que sean solamente cinco en un año, son suficientes para mantener firme al electorado.

Tras haber perdido la fe en los gobiernos de izquierda y ver frustrada su idea de irse a vivir a Bogotá, Colombia, debido al cierre de frontera temporal y a los numerosos requerimientos, Miguel optó por Buenos Aires, Argentina, país que posiblemente se convierta en un nuevo hogar para él y su familia en un futuro.

Para el, Venezuela está en las manos equivocada y no solo por el presidente, sus funcionarios y cómplices más cercanos, también porque, según manifiesta, las mayoría de instituciones gubernamentales están en manos de cubanos, iraníes, o chinos.

Finalizando nuestra charla, Miguel confiesa que, al igual que cientos de compatriotas, espera algún día poder volver y reestablecerse en su país, sin miedo a la muerte, a la represión y al hambre, en donde su esposa no tenga problema para conseguir la leche y los pañales de su hija menor, en donde sus hijos no sufran daños emocionales y psicológicos causados por lo que ven al salir a la calle, y puedan asistir al colegio sin interrupción de clases; viviendo en una Venezuela reconstruida y mejorada, alejada de la corrupción y el déficit fiscal que ha azotado a los gobiernos de Latinoamérica por décadas.