Ya sólo faltan unos días para la asunción del nuevo presidente electo Mauricio Macri, después de 12 años de gobierno kirchnerista se terminó el sueño de la perpetuidad y la gente optó por un cambio. Las cosas, como razonamiento lógico tendrían que teñirse de otro color, y la fiesta de la democracia debería sentirse en las venas y en las calles.

Pero lamentablemente no podemos tener paz ni estar tranquilos, no podemos gozar del tiempo de espera y aguardar por una transición que juegue a favor de un país sin histeria ni rencores, que evoque las palabras deel Papa: "hagamos lío".

Pero sin segundas intenciones ni malicia.

Por estos días, la señora presidente Cristina Fernández sigue haciendo de las suyas: llenando el Estado de empleados públicos, incrementando el presupuesto público, nacionalizando el pago a las provincias cuando no era realmente necesario, sacando los fondos del Anses para pagar $15.000.000.000 y de esta manera desproteger a los jubilados. Encapricharse con el lugar para el traspaso del mando, criticar a los que no la votaron (léase a través de Daniel Scioli),no interceder frente a Hebe y al cuervo Larroque para que el 10 de diciembre la gente que votó por el cambio pueda ir a festejar sin cruzarse con los de la Cámpora.

Entonces frente a todos estos atropellos, que en realidad tampoco son nuevos, uno trata de diferenciar una Cristina de otra: ¿a quien escuchar?.

Por un lado tenemos a una persona que nos habla desde el discurso del amor, mostrándonos y dejando en evidencia el odio y el espíritu golpista de los medios concentrados hegemónicos, y por otra parte a la que con una furia incontenible y por cadena nacional grita "vamos por todo".

¿A quién tenemos que creerle? Quizás a la que en una conferencia en Harvard, ante una pregunta incómoda como fue querer saber de que manera podía justificar un incremento descomunal en su patrimonio personal en menos de una década, con total calma (fingida era más que obvio) y con una sonrisa en la cara respondía, parafraseando, "siempre fui una exitosa abogada".

O tal vez a la que con total indiferencia y menosprecio por el otro bailaba como poseída y tocaba el bombo, mientras en Tucumán moría gente.

Son muchísimos los ejemplos que se pueden seguir exponiendo sobre el doble discurso, ese discurso bipolar y más de una vez tendencioso a los que nos tuvo acostumbrados durante tantos años, pero la idea es siempre marcar la diferencia, como decía mi padre: "hay que nivelar para arriba, no para abajo".

El próximo gobierno parece seguir por una senda de consenso y de ejemplo de tolerancia, algo que como sociedad se nos esfumó como así tambien las buenas costumbres.

Pero lo maravilloso del ser humano es su capacidad de hacer borrón y cuenta cuenta nueva, volvamos a aprender a pedir perdón y a perdonar, caminemos hacia un futuro que nos involucre a todos con disensos pero sin considerar al otro un enemigo. La grieta que tanto daño nos hizo, a partir del 10 de diciembre empezará a cerrarse y la herida cicatrizará dejando una marca como recordatorio de nuestra historia, una historia que ojalá no vuela a repetirse.