En toda Latinoamérica, el 69% de los habitantes es adepto a la religión católica (Pew Research Center, 2014). Es notoria una disminución a bastante velocidad, si se tiene en cuenta que hasta 1960, la cifra llegaba al 90%; claramente, casi toda la población era católica. Esto no quiere decir necesariamente que se ha dejado de creer en el dios católico, ya que un gran porcentaje de los que abandonaron dicha religión, lo ha hecho por motivos como “tener una conexión personal con Dios” o “buscar un mayor énfasis en la moralidad”, entre otros.

Es decir, el problema parece estar asociado al mediador entre la religiosidad de la persona y su dios -rol que está ocupado por los representantes de la iglesia-, y no en la conducta religiosa misma.

Precisamente, ésta persiste en gran parte de la sociedad: sólo el 16, 3% de la población mundial se considera “atea”, “agnóstica” o “sin afiliación a alguna religión”, y en Latinoamérica sólo hay un 4% de ese total (Pew Research Center, 2012).

Una definición simple y personal de “conducta religiosa” podría ser “prácticas guiadas por la fe en algo superior que le confiere un orden particular al Universo”. Éstas incluirían, en el caso del catolicismo, rezar a Dios y/o a Santos, agradeciendo lo dado, pidiendo un favor o pidiendo perdón, y seguir los mensajes de la Biblia (amar y respetar al prójimo, perdonar al enemigo, creer en la vida eterna, cumplir los sacramentos), entre otras cosas. Es decir, no es tan simple adherir a ella, ya que supone esfuerzo, dedicación, estudio, distintos pasos a cumplir en la vida.

Es aquí donde cabe hacerse una pregunta que se enlaza con la Psicología, específicamente con un tipo de aprendizaje, el aprendizaje operante (o por refuerzos y castigos). ¿Qué beneficio o refuerzo crea y mantiene la conducta religiosa, para que esté tan propagada?

Y hay un refuerzo importante que podría explicar por qué decidir tenerla en lugar de no darle cabida: hace afrontar de mejor modo los eventos estresantes, como lo plantean Pargament y Koenig (1997).

Por ejemplo, los duelos, las frustraciones, los desafíos, las culpas.

Tener fe en que un duelo o hecho frustrante “pasó por algo, siguiendo el orden que le da Dios a las cosas”, podría hacer conservar la Salud psicológica. Creer que Dios ayudará a tener un mejor desempeño en un suceso próximo desafiante, podría hacer bajar el nivel de ansiedad y, esto, a afrontarlo exitosamente, lo que a su vez reforzará la conducta religiosa.

Poder “descargar” con Dios un pensamiento negativo o culpa, también estaría ayudando a conservar el bienestar. Ayudar a otras personas puede generar mayor autoestima y creencia en las propias capacidades al iniciar un desafío o evaluar una culpa.

También hay otros refuerzos que apoyan la continuación de estas prácticas, que pueden venir de parte de la familia, colegio, comunidad; así como castigos que, por el contrario, provocan la interrupción de las mismas (por ejemplo, al no ocurrir algo que se pidió a Dios), pero el beneficio de sostenimiento o tolerancia de eventos estresantes es el que más ha recibido atención por parte de los investigadores, ya que al parecer destaca frente al resto.

Fuente: Felipe Martínez, Psicólogo UBA.