"Ex Machina" (2015) es sin duda una de las apuestas cinematográficas más interesantes de este año pletórico en relatos de ciencia ficción. El filme, ópera prima como director del británico Alex Garland, nos propone una peligrosa inmersión en los recodos morales de lo humano, a partir del relato clásico frankensteiniano de robots e inteligencia artificial, cuyo epicentro es la lucha por la libertad: una vuelta de tuerca, como veremos, de lo planteado por la más ingenua Chappie (2015) de Neil Blomkamp y su robot-buen salvaje de sentimientos amorosos y filiales.

Con una misteriosa Alicia Vikander encarnando a Ava, más reciente modelo de inteligencia artificial implantado en un cuerpo robótico de mujer, "Ex Machina" acude a un clima de extrañamiento y opresión construido con pocos recursos visuales, más allá de los necesarios para aparentar los planos del cuerpo robótico que, nada casualmente, es también el cuerpo desnudo femenino. Con importantes ecos de la María de "Metrópolis" (Friz Lang, 1927) y la Motoko Kusanagi de "Ghost in the Shell" (Kokaku Kidotai, 1995), Ava se nos muestra cautiva en una siniestra casa de muñecas cibernéticas, harem tecnológico de un magnate y genio de la informática (Oscar Isaac), hasta la llegada de Caleb (Domhall Gleeson): un empleado que viene a poner a prueba su inteligencia artificial y que se constituye en la única oportunidad de obtener libertad y individualidad plenas, negadas por su ominoso creador, mezcla de padre, violador y carcelero.

Si bien no está solo en este planteamiento respecto al cuerpo femenino y a su consideración como objeto de consumo a partir de la ciencia ficción, el filme de Garland maneja inteligentemente los filos morales de la situación, para ofrecer al espectador un final lleno de complejidades y que en nada se apega a los lineamientos patriarcales que aún podían verse en la estética de la reciente "Mad Max: Emperatriz furiosa" (2015), por ejemplo.

Las preguntas respecto a lo ético de la lucha por la liberación, en ese sentido van de la mano con las dudas sobre el talante de lo humano, sobre su esencia si tal, una vez que tanto cuerpo como conducta se hacen indistinguibles entre hombre y robot. Es la "cultura replicante" del semiólogo Aquiles Esté llevada a su expresión ficcional.

La gran víctima del relato es, no obstante, Caleb, a quien una semana interactuando con Ava (y con la sensual Kyoko, verdadera fantasía sexual geek) en el encierro hipertecnológico del bunker de investigaciones, bastará para hacer dudar respecto de su propio origen natural, una duda más que razonable a la que sin embargo el filme pasa un poco por encima.

"Ex Machina" es, en conclusión, una versión más oscura de lo explorado genialmente por "Her" (Spike Jonze, 2013), respecto a la posibilidad de enamorarse de una inteligencia digital. La pregunta de rigor, en todo caso, sería más bien si dicho amor podría ser correspondido: en eso estribaría la última frontera de la separación entre humanidad y robótica.

Esa es la verdadera prueba de Turing, la que ya asomaba "Blade Runner" (Riddley Scott, 1982) con su test "Voigh-Kampf" de empatía, única herramienta para distinguir entre hombres y replicantes. ¿Pueden los robots enamorarse? ¿Pueden tomar decisiones basados en la lógica ilógica del afecto? ¿Sueñan los androides con amantes eléctricas?