Y arrancó nomas el premio consuelo que es la Copa América, el lugar donde todos los perdedores americanos de los mundiales luchan para ver quién es el menos peor del continente y en el que siempre somos serios candidatos. 

Salimos a la cancha con "los mejores delanteros del mundo" y un banco de suplentes con el que Jamaica armaría la selección mayor durante 50 años, hasta que los jugadores colgaran los botines para ir a alimentar a las palomas.

Del otro lado un conjunto paraguayo cuestionado por viejas figuras, excedido tanto en edad como en kilogramos.

Ortigoza, el hazmereír del Fútbol argentino es casi el "pocho" Lavezzi del equipo. Realmente parecía que nos hacían jugar contra un equipo de fútbol "Senior".

Era un trámite de 90 minutos, no había con quién medirnos, el equipo subcampeón del mundo tenía que meterle 5 pepas para terminar dignamente el partido.

En el primer tiempo parecíamos el Barcelona, con un Messi enchufado recorriendo la cancha con velocidad y gran pase. El primer gol del partido llegó por un error de la defensa paraguaya, un pase atrás digno de un partido de fútbol infantil, que aprovechó el Kun Agüero pescándola a mitad de camino entre el defensor que dió el pase y el arquero que debía recibirla y la mandó a guardar.

Todo era algarabía. El juego siguió como venía, con un Paraguay perdido en la cancha y una Argentina que lo bailaba pero sin hacer entrar la pelota como se debía, y como todos sabemos "los goles que se pierden en el arco de enfrente..."

Y llegó el segundo. De una jugada de Di María, al que le cobraron un penal sólo porque somos Argentina, vino el aumento en el marcador.

 Y llegamos al 2-0. Partido liquidado. Sólo faltaba ver cuántos le íbamos a meter a este equipo pasado de chipa, pero no. Terminó el primer tiempo y los muchachos se fueron al vestuario con ese gesto sobrador por el que somos conocidos los argentinos y así nos va en el mundo.

Y arrancó el segundo tiempo, no sé que les prometió Ramón en el vestuario, pero los paraguayos, lejos de achicarse o resignarse salieron con todo lo que tenían y más.

Los jugadores con varios kilos de más parecian súper atléticos, sacaron energías de quién sabe dónde, pero no pararon de correr y buscar marcar. Y el resto es sabido, lo de siempre, Mascherano corriéndolas todas, Romero sacando pelotas imposibles y el resto dormido por la cancha. Y nosotros esperando la magia del 10 que nunca apárece con la celeste y blanca. Después vinieron dos cambios tardíos Higuaín por Agüero y Tévez por Pastore para aguantar la pelota arriba y definir el partido, cosa que nunca pasó, al contrario, llegó el empate y a llorar a la iglesia.

Pero "seguimos siendo los mejores" y "a Messi hay que esperarlo", "ya va a aparecer", yo, gracias a Dios dejé de frotar la lámpara porque me llené las manos de ampollas. Sólo me dedico a maldecir, que la lámpara la frote el resto de la gente que aún confía en que el genio alguna vez va a cumplirle sus deseos.